sábado, 18 de mayo de 2013

Autoridad Moral Por Medio De Un Ministerio Eficaz


 
 
Si la ciencia afirmara que no sabe, se destruiría a sí misma. La ciencia no sabrá hacer la obra de la fe, así como la fe no podrá decidir en materia de ciencia. Una afirmación de la fe, que la ciencia tuviera la temeridad de estudiar, no sería para ella sino un absurdo, por lo mismo que una
afirmación científica que nos diera un artículo de fe sería absurda en el orden religioso. Creer y saber son dos términos que nunca pueden confundirse.
Pero tampoco sabrían oponerse el uno al otro en un antagonismo corriente. En efecto, es imposible creer lo contrario de lo que se sabe sin dejar, por esto mismo, de saberlo. Y es igualmente imposible llegar a saber lo contrario de lo que se cree sin dejar de creerlo inmediatamente.
El negar o incluso oponerse a las decisiones de la fe en nombre de la ciencia es probar que no se comprende la una ni la otra. En efecto, el misterio de un Dios en tres personas no es un problema de matemáticas; la encarnación del Verbo no es un fenómeno cuyo estudio sea propio de la medicina; la redención escapa a la crítica de los historiadores. La ciencia es absolutamente impotente para decidir lo que está bien o mal en cuanto a creer o no creer en un dogma de fe. Ella sólo puede constatar los resultados de la creencia, o estudiar si la fe hace en realidad mejores a
los hombres, ya que si la fe misma, considerada como un hecho fisiológico, es verdaderamente una necesidad y una fuerza, será forzoso para la ciencia el admitirla y tomar el sabio partido de contar siempre con ella.
Nos atrevemos a afirmar ahora que existe un hecho inmenso, apreciable igualmente por la fe y por la ciencia; un hecho por el cual Dios se hace visible en múltiples formas sobre la tierra; un hecho incontestable y de alcance universal. Este hecho es la manifestación en el mundo, a partir de la época donde comienza la revelación cristiana, de un espíritu que desconocían los antiguos, un espíritu evidentemente divino, más positivo que la ciencia en sus obras, más hermosamente
ideal en sus aspiraciones que la más alta poesía, un espíritu por el cual ha hecho falta crear una nueva palabra, del todo desconocida en los santuarios de la antigüedad. Esta palabra ha sido creada, y demostraremos que este nombre o expresión es en religión, tanto para la ciencia como para la fe, la expresión del absoluto. La palabra es CARIDAD, Y el espíritu del cual hemos
hablado es el espíritu de caridad.
Delante de la caridad, la fe se prosterna y la ciencia se inclina vencida. Hay aquí
evidentemente algo más grande que la humanidad. Por sus obras, la caridad prueba que ella no es un sueño. Es más fuerte que todas las pasiones; triunfa sobre el sufrimiento y la muerte; hace que Dios sea comprendido en todos los corazones y parece colmar desde ya la eternidad por la iniciada realización de sus legítimas esperanzas.
Ante la caridad viva y actuante, ¿cuál sería el Proudhon que se atrevería a blasfemar? ¿Cuál el Voltaire que osaría reír?
Colocad unos sobre otros los sofismas de Diderot, los argumentos críticos de Strauss, las ruinas de Volney, cuyo nombre es adecuado, pues este hombre sólo podía crear ruinas, las blasfemias de aquella revolución cuyas voces se ahogaron a veces en la sangre y otras veces en el silencio del desprecio. Añadid a ello todo lo que el futuro puede reservamos en cuanto a monstruosidad y vano ensueño; traed luego a la más humilde y sencilla de todas las hermanas de la caridad. El mundo dejará a un lado todos sus errores, todos sus crímenes, todas sus malvadas
ensoñaciones, para inclinarse ante aquella sublime realidad.
¡Caridad!, divina palabra, ¡única palabra que puede hacemos comprender a Dios, ya que contiene toda una revelación! ¡Espíritu de caridad, unión de dos palabras que son toda una solución y todo un porvenir! ¿Cuál sería, en efecto, la pregunta que estas dos palabras no pudieran responder?
¿Qué es para nosotros Dios, sino el espíritu de caridad? ¿Qué es lo ortodoxo? ¿No es acaso el espíritu de caridad que no discute sobre cuestiones de fe a fin de no impresionar la confianza de los pequeños y de no perturbar la paz de la comunión universal? Así, ¿qué otra cosa es la Iglesia universal sino una comunión en espíritu de caridad? Es por el espíritu de caridad que la Iglesia es infalible, y por él existe la divina virtud del sacerdocio.
Deber de los seres humanos, garantía de sus derechos, prueba de su inmortalidad, felicidad eterna iniciada por. ellos sobre la tierra, meta gloriosa para su existencia, medio y fin de sus esfuerzos, perfección de su moral individual, civil y religiosa, el espíritu de caridad comprende todo, se aplica a todo, puede esperado todo, emprender todo y realizado todo.
Es por el espíritu de caridad que Jesús, al expirar sobre la cruz, dio a su madre un hijo en la persona de San Juan y, al triunfar sobre las angustias de tan terrible suplicio, exhaló un grito de salvación y liberación diciendo: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.»
Es por la caridad que doce artesanos de Galilea han conquistado el mundo. Ellos han amado la verdad más que a su vida, y han ido ellos solos a decirla a los pueblos y a los reyes; probados por las torturas, fueron encontrados fieles. Ellos han mostrado a las multitudes la inmortalidad viviente en su muerte y han regado la tierra con una sangre cuyo calor no puede extinguirse, ya que ellos se hallaban inflamados de los ardores de la caridad.
Es por la caridad que los apóstoles han constituido su símbolo. Ellos han dicho que creer juntos vale más que dudar por separado; han constituido la jerarquía en base a la obediencia rendida tan grande y tan noble por el espíritu de caridad que servir de tal forma es reinar; ellos han formulado la fe de todos y la esperanza de todos y han colocado este credo bajo la égida de la caridad de todos. Desgraciado de aquel egoísta que se apropie una sola palabra de la herencia del
Verbo, ya que sería un deicida al intentar desmembrar el cuerpo del Señor.
Este credo es el arcano santo de la caridad y cualquiera que le toque será convicto de muerte eterna, puesto que la caridad se retiraría de él. ¡Es la herencia sagrada de nuestros hijos y es el precio de la sangre de nuestros padres!
Es por la caridad que los mártires encontraron consuelo en las prisiones de los césares, atrayendo a su creencia incluso a sus guardianes y ejecutores.
Es en nombre de la caridad que San Martín de Tours protestó contra el suplicio de los priscilianos y se apartó de la comunión del tirano que pretendía imponer la fe por la espada.
¡Es por la caridad que tantos santos han llevado consuelo al mundo de los crímenes cometidos en nombre de la religión misma, y de los escándalos del santuario profanado!
Es por la caridad que San Vicente de Paúl y Fenelón se han ganado la admiración de los siglos más impíos y han hecho caer. desde el pasado la risa de los hijos de Voltaire, ante la dignidad imponente de sus virtudes.
¡Es, en fin, por la caridad, que la locura de la cruz ha llegado a ser la sabiduría de las naciones,
ya que todos los corazones nobles han comprendido que es más grande
creer, junto con los que
aman y se desvelan, que dudar con los egoístas y los esclavos del placer!

 



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