La Unidad es el principio y la síntesis de los números, es la idea de Dios y del hombre, es la
alianza de la razón y la fe.La fe no puede ser opuesta a la razón. Ella es requerida por el amor, ella es idéntica a la
esperanza. Amar es creer y esperar, y este triple vuelo del alma es llamado virtud, puesto que es
preciso el coraje para emprenderlo. Pero, ¿qué coraje podría haber en ello si no existiera la
posibilidad de la duda? Así, el poder dudar ya implica la duda. Ella es la fuerza equilibrante de la
fe, y en esto reside su mérito.
La naturaleza misma nos induce a creer, pero las fórmulas de fe son productos sociales de las
tendencias de la fe en una época concreta. En esto se basa la infalibilidad de la Iglesia, infalibilidad
de evidencia y de hecho.
Dios es necesariamente el más desconocido de todos los seres, puesto que no podemos
definirlo sino en sentido inverso a nuestra experiencia. El es todo lo que nosotros no somos, es lo
infinito opuesto a lo finito por hipótesis contradictoria.
La fe y, por consiguiente, la esperanza y el amor son tan libres, que el hombre, lejos de poder
imponerlos a los demás, tampoco puede imponerlos a sí mismo.
Se consideran, pues, como una gracia, dice la religión. Pero, ¿puede concebirse la exigencia de
esta gracia, es decir, que se pueda obligar a los hombres a aceptar lo que llega libre y gratuitamente
del cielo? No otra cosa desearíamos para ellos.
Razonar sobre la fe es no razonar, ya que el objeto de la fe se encuentra fuera del alcance de la
razón. Si se me pregunta: ¿Existe un Dios? respondo: Así lo creo. Pero, ¿está usted seguro? Si
estuviese seguro no lo creería, ló sabría.
Formular la fe es acordar los términos de una hipótesis común.
La fe comienza allí donde la ciencia termina. Aumentar el campo de la ciencia sería, en
apariencia, disminuir el de la fe. Pero, en realidad, equivale a agrandarlo en igual proporción, ya
que se estaría amplificando su base.
Sólo podemos llegar a definir lo desconocido a través de sus correspondencias supuestas e
imaginables con lo conocido.
La analogía era el dogma primordial de los antiguos magos. Dogma en verdad mediador,
puesto que es mitad científico y mitad hipotético, mitad razón y mitad poesía. Este dogma ha sido
y será siempre el generador de todos los demás.
¿Quién es el Hombre-Dios? Es aquel que realiza en la vida más humana el más divino ideal.
La fe viene a ser una divinización de la inteligencia y del amor, dirigidos por el consejo de la
naturaleza y la razón.
Es así esencial a las cosas de la fe el ser inaccesibles a la ciencia, dudosas para la filosofía e
indefinidas para la certeza.
La fe es una realización hipotética y una determinación convencional de los fines últimos de la
esperanza. Es la adhesión a los signos visibles de las cosas que no vemos.
Sperandarum substantia rerum
Argumentum non apparentium
Para poder afirmar sin enardecemos que Dios existe o que no existe, hará falta partir de una
definición razonable o irracional de Dios. Pero, para ser razonable, esta definición deberá ser
hipotética, analógica y negativa respecto a lo finito que conocemos. Se puede negar a un dios
cualquiera, pero al Dios absoluto no es posible negarle, puesto que tampoco es posible probarle.
Se le supone razonablemente y se cree en El.
Dichosos aquellos de corazón puro, porque ellos verán a Dios, ha dicho el Maestro. Ver por
medio del corazón es creer, y si esta fe se remonta al verdadero bien, ella nunca será engañada, ya
que no busca una definición de acuerdo a las arriesgadas inducciones de la ignorancia individual.
Nuestros juicios, en materia de fe, se aplican a nosotros mismos, y nos será dado conforme a lo
que hayamos creído. En esta forma, nosotros nos hacemos a semejanza de nuestro ideal.
Que aquellos que hacen los dioses llegan a ser semejantes a ellos, dice el salmista, así como
todos los que les otorgan su confianza.
El ideal divino del viejo mundo ha forjado la civilización que ahora termina, y no hay que
desesperar al ver al dios de nuestros bárbaros ancestros convertirse en el demonio de nuestros
más iluminados hijos. Se hacen diablos de los dioses de antaño, y Satán mismo no sería tan
incoherente y deforme si no estuviera hecho por los residuos desgarrados de antiguas teogonías.
Es la esfinge sin palabra, es el enigma sin solución, es el misterio sin verdad, es el absoluto sin
realidad y sin luz.
El hombre es hijo de Dios en cuanto que Dios encarnado, manifestado y realizado sobre la
tierra se ha llamado Hijo del hombre.
Es después de haber concebido a Dios en su inteligencia y en su amor que la humanidad ha
podido comprender el Verbo sublime que ha dicho: ¡Hágase la luz!
El hombre es la forma del pensamiento divino, y Dios es la síntesis idealizada del pensamiento
humano.
Así, el Verbo de Dios es revelador del hombre, y el Verbo del hombre es revelador de Dios.
El hombre es el Dios del mundo, y Dios es el hombre del cielo.
Antes de decir: Dios quiera, el hombre ha querido.
Para comprender y honrar a Dios todopoderoso, es preciso que el hombre sea libre.
Al obedecer y abstenerse por temor del fruto de la ciencia, el hombre había sido inocente y
estúpido como el cordero; al tornarse curioso y rebelde como el ángel de luz, él mismo ha cortado
el cordón de su ingenuidad y ha caído libre sobre la tierra, llevando consigo a Dios en su caída.
Por esto, se eleva junto con el gran condenado del calvario desde el fondo de esta caída
sublime, y, glorioso, entra junto con él en el reino de los cielos.
Pues el reino de los cielos pertenece a la inteligencia y al amor, ambos hijos de la ¡libertad!
Dios ha mostrado al hombre la libertad como una amante y, para probar su corazón, ha hecho
pasar entre ambos el fantasma de la muerte.
El hombre ha amado esta libertad y se ha sentido Dios; ha dado por ella lo que Dios le había
concedido a él: la eterna esperanza.
Se ha lanzado hacia su amada desafiando a la sombra de la muerte y el espectro se ha
desvanecido.
El hombre ha poseído la libertad. Ha comprendido la vida.
Paga ahora por tu pasada gloria, ¡oh, Prometeo!
1 La fe es la sustancia de las cosas que se esperan. la evidencia de las cosas que no se ven.
Tu corazón, devorado sin cesar, no puede morir; es tu verdugo, el buitre, y Júpiter, quienes
morirán.
Un día, despertaremos al fin de los penosos sueños de una vida atormentada. La obra de
nuestra prueba habrá terminado y seremos entonces suficientemente fuertes ante el dolor como
para ser inmortales.
Entonces, viviremos en Dios una vida más plena, y descenderemos a su obra con la luz de su
pensamiento, seremos arrebatados en lo infinito por el soplo de su amor.
Seremos sin duda la raíz de una nueva raza; los ángeles de los hombres futuros.
Mensajeros celestes, vagaremos en la inmensidad y las estrellas serán nuestros blancos navíos.
Nos transformaremos en dulces visiones para el descanso de los ojos que lloran; recogeremos
lirios radiantes en desconocidas praderas y esparciremos el rocío sobre la tierra.
Acariciaremos el párpado del niño para inducirlo al sueño y regocijaremos con dulzura el
corazón de la madre, ante el espectáculo de la belleza de su hijo bienamado.
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