La Biblia no es una historia, es una colección de poemas, un libro de imágenes y alegorías.
Adán y Eva representan los arquetipos primordiales de la humanidad; la serpiente tentadora es
el tiempo con sus pruebas; el árbol de la ciencia es el derecho; la expiación mediante el trabajo es
el deber.
Caín y Abel son analogía de la carne y el espíritu, la fuerza y la inteligencia, la violencia y la
armonía.
Los gigantes son los antiguos usurpadores de la tierra; el diluvio es símbolo de una gran
revolución.
El arca es la tradición que se conserva en el seno de una familia: en aquella época, la religión
era un misterio y propiedad privada de una raza. Cam es maldito por haberlo revelado.
Nemrod y Babel son dos alegorías primitivas del despotismo personal y del imperio universal
soñado siempre por éste; buscado sucesivamente por los persas, Alejandro, Roma, Napoleón, los
sucesores de Pedro el Grande, y siempre inconcluso a causa de la dispersión de intereses,
simbolizada por la confusión de lenguas.
El imperio universal no debe realizarse por la fuerza, sino por la inteligencia y el amor. Así,
pues, a Nemrod, hombre regido por el derecho salvaje, la Biblia enfrenta a Abraham, hombre
regido por el deber que busca la libertad y la lucha a través del exilio en tierra extranjera, de la
cual se adueña por la inteligencia.
El tiene una esposa estéril, es su inteligencia, y una esclava fecunda, es su fuerza; pero cuando
la fuerza ha producido su fruto, la inteligencia se torna a su vez fecunda, y el hijo de la
inteligencia provoca el exilio del hijo de la fuerza. El hombre de inteligencia es sometido a rudas
pruebas; debe confirmar sus logros mediante el sacrificio. Dios quiere que inmole a su hijo, es
decir, que la duda debe probar el dogma y que el hombre intelectual debe estar presto a
sacrificarse ante la razón suprema. En tonces, Dios interviene: la razón universal cede ante los
esfuerzos del trabajo, ella se muestra a la ciencia, y solamente es inmolado el lado material del
dogma. Este es representado por el carnero, cuyos cuernos han quedado enredados en la maleza.
La historia de Abraham es así un símbolo en el antiguo estilo, y contiene una gran revelación de
los destinos del alma humana. Leída al pie de la letra, es un relato absurdo y chocante. San
Agustín nunca tomó al pie de la letra el asno de oro de Apuleyo. ¡ Pobres grandes hombres!
La historia de Isaac es otra leyenda. Rebeca es la típica mujer oriental, laboriosa, hospitalaria,
parcial en sus afectos, astuta y retorcida en sus manejos. Jacob y Esaú son de nuevo los dos
caracteres antes simbolizados en Caín y Abel, pero aquí Abel se venga: la inteligencia
emancipada triunfa por la astucia. Todo el genio israelita está condensado en la imagen de Jacob,
el paciente y laborioso suplantador que cede a la cólera de Esaú, llega a ser rico y compra el
perdón de su hermano. Nunca debemos olvidar que cuando los antiguos querían filosofar,
inventaban una historia.
La historia o leyenda de José contiene ya en germen todo el genio del evangelio, y el Cristo, al
ser desconocido por su pueblo, ha debido llorar más de una vez recordando aquella escena donde
el gobernador de Egipto se arroja al cuello de Benjamín, lanzando un fuerte grito: «¡Yo soy
José!»
Israel llega a ser el pueblo de Dios, es decir, el conservador de la idea y el depositario del
verbo. Está expuesta aquí la idea de la independencia humana y de la realización por el trabajo,
idea que se esconde con cuidado como un precioso germen. Un signo doloroso e indeleble se
imprime sobre los iniciados, toda imagen de la verdad está prohibida, y los hijos de Jacob velan,
espada en mano, por la unidad del tabernáculo. Hamor y Shechem pretenden introducirse por la
fuerza en la familia santa y perecen, junto con su pueblo, luego de una fingida iniciación. Para
dominar sobre los pueblos hace falta que el santuario se imponga a base de sacrificios y terror.
La servidumbre de los hijos de Jacob prepara su liberación: ellos tienen una idea, y no se
puede encadenar una idea; ellos poseen una religión, y no se puede violentar una religión; ellos
son, en fin, un pueblo, y no se ata a todo un pueblo. La persecución suscita vengadores. La idea
se encarna en un hombre. Moisés se eleva y el faraón cae, y la columna de nubes y llamas que
precede a un pueblo liberado avanza majestuosamente por el desierto.
Cristo es sacerdote y rey por la inteligencia y por el amor. El ha recibido el óleo santo, la
unción del genio, unción de la fe y de la virtud, que es la fuerza.
El viene cuando el sacerdocio se encuentra extenuado, los viejos símbolos han perdido su
virtud y la patria de la inteligencia está arrasada.
El viene para llamar a Israel a la vida, y si no puede conmover a Israel, asesinado por los
fariseos, resucitará al mundo, j abandonado. al culto muerto de los ídolos!
¡El Cristo, es el derecho del deber!
El hombre no tiene otro derecho que el de cumplir con su deber.
¡Hombre, estás en el derecho de resistir hasta la muerte a cualquiera que te impida realizar tu
deber!
¡Madre! Tu hijo se ahoga; un hombre te impide socorrerle; tú herirás a ese hombre y correrás a
salvar a tu hijo!... ¿Quién, pues, osará condenarte?..
Cristo ha venido para oponer el derecho del deber al deber del derecho.
El derecho entre los judíos era la doctrina de los fariseos. En efecto, ellos parecían haber
adquirido el privilegio de dogmatizar: ¿no eran acaso los legítimos herederos de la sinagoga?
Ellos tuvieron derecho para condenar al Salvador, y el Salvador sabía que su derecho estaba en
oponerse a ellos.
Cristo es la protesta viva.
¿Pero la protesta contraqué? ¿De la carne contra la inteligencia? ¡No!
¿De la atracción física contra la atracción moral? ¡No, no!
¿De la imaginación contra la razón universal? ¿De la locura contra la sabiduría? ¡ No, y mil
veces no, de nuevo!
Cristo es el deber real, que protesta eternamente contra el derecho imaginario.
Es la emancipación del espíritu que quiebra la servidumbre de la carne.
Es la devoción, que se rebela contra el egoísmo.
Es la modestia sublime que responde al orgullo: ¡ No te obedeceré!
Cristo está viudo, Cristo está solo, Cristo está triste: ¿Por qué?
Es que la mujer se ha prostituido.
Es que la sociedad es convicta de robo.
¡Es que la alegría egoísta es impía!
¡Cristo es juzgado, es condenado, es ejecutado, y se le adora! Esto puede ocurrir acaso en un
mundo menos serio que el nuestro.
Jueces del mundo en que vivimos, estad atentos y pensad en Aquel que ha de juzgar vuestros
juicios.
Pero, antes de morir, el Salvador ha legado a sus hijos el símbolo inmortal de salvación: la
comunión.
Comunión, unión común, última palabra del Salvador del mundo.
¡El pan y el vino, repartidos entre todos, ha dicho El, es mi carne y es mi .sangre!
El ha dado su carne a los verdugos, su sangre a la tierra, que ha querido beberla, y ¿por qué?
Para que todos compartan el pan de la inteligencia y el vino del amor.
¡Oh, signo de unión de los hombres!, joh, mesa común!, ¡oh, banquete de la fraternidad y la
igualdad, ¿cuándo serás mejor comprendido?
Mártires de la humanidad, vosotros todos que habéis dado vuestra vida a fin de que todos
tengan el pan que alimenta y el vino que fortifica, ¿no diríais también, imponiendo las manos
sobre estos signos de la universal comunión: esta es nuestra carne y nuestra sangre?
Y vosotros, hombres del mundo entero, vosotros a quienes el Maestro llamó sus hermanos:
¡Oh, no sentís acaso que el pan universal, el pan fraternal, el pan de la comunión, es Dios!
Deudores del crucificado.
Vosotros todos, que no estáis dispuestos a dar a la humanidad vuestra sangre, vuestra carne y
vuestra vida, no sois dignos de la comunión del Hijo de Dios. ¡ No hagáis correr su sangre sobre
vosotros, pues os dejará manchas sobre la frente!
No aproximéis vuestros labios al corazón de Dios. El percibirá vuestra mordedura.
No bebáis la sangre de Cristo, pues os quemará las entrañas; ¡ya es suficiente con que haya
corrido inútilmente para vosotros!
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.