domingo, 19 de mayo de 2013

Vertigo Ante el Misterio


El espíritu humano siente vértigo ante el misterio. El misterio es el abismo que atrae sin cesar

nuestra curiosidad inquieta ante sus increíbles profundidades.

El más grande misterio del infinito es la existencia de Aquel para quien todo carece de

misterio.

Al comprender el infinito que es en su esencia incomprensible, El mismo es el misterio

infinito y eternamente insondable, es decir, que El es, bajo toda apariencia, ese absurdo por

excelencia en el que creía Tertuliano.

Necesariamente absurdo, puesto que la razón debe renunciar para siempre a comprenderlo;

necesariamente accesible por creencia, puesto que la ciencia y la razón, lejos de llegar a demostrar

que no existe, se ven fatalmente movidas a reafirmar la fe en su existencia y a adorarlo ellas

mismas con los ojos cerrados.

Siendo este absurdo la fuente infinita de la razón, la luz que eternamente resurge de la eterna

tiniebla, la ciencia, esta Babel de la mente, puede doblar y multiplicar sus espirales siempre en

ascenso, podrá hacer oscilar la tierra, pero nunca llegará al cielo.

Dios es aquello que eternamente estamos aprendiendo a conocer. Por tanto, nunca llegaremos

a ello totalmente.

Sin embargo, el dominio del misterio es un campo abierto a las conquistas de la inteligencia.

Se puede llegar allí con audacia; nunca se llegará a reducir su extensión; tan sólo se cambiará de

horizonte. Todo saber es el sueño de lo imposible, pero desgraciado de aquel que no osare

aprenderlo todo y que no comprenda que para saber alguna cosa es preciso resignarse a estudiar

siempre.

Se dice que para aprender bien hace falta olvidar muchas veces. El mundo ha seguido este

método. Todo lo que se cuestiona en nuestros días ha sido ya resuelto por los antiguos, con

anterioridad a nuestros anales, sus soluciones escritas en jeroglíficos no tenían mayor sentido

para nosotros. Un hombre ha vuelto a encontrar la clave, ha abierto las necrópolis de la ciencia

antigua y ha dado a su siglo todo un mundo de teoremas olvidados, de síntesis sencillas y

sublimes como la naturaleza, irradiando siempre de la unidad y multiplicándose como los

números, con tan exactas proporciones, que lo conocido demuestra y revela lo desconocido.

Comprender esta ciencia es ver a Dios.


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