Los profetas son solitarios, puesto que su destino es no ser escuchados jamás.
Ellos ven más que los demás; ellos previenen las desgracias que traerá el porvenir. Por tanto,
se les aprisiona o se les mata, se les escarnece o se les destierra como a leprosos, dejándoles
morir de hambre.
Luego, cuando aquellos acontecimientos llegan, se dice: son ellos quienes nos han traído la
desgracia.
Ahora, como sucede siempre en víspera de grandes desastres, nuestras calles están llenas de
profetas.
Yo les he encontrado en las prisiones; he visto cómo mueren olvidados en la miseria.
Toda la gran ciudad ha visto a uno, cuya profecía silenciosa consistía en recorrer
incesantemente y cubierto de harapos los palacios del lujo y la riqueza.
He visto a uno cuyo rostro irradiaba como el de Cristo; tenía las manos callosas y el traje
propio de un obrero; amasaba epopeyas con barro. Juntaba la espada del derecho al cetro del
deber, y sobre esta columna de acero y oro, inauguraba el signo creador del amor.
Un día, en una gran asamblea del pueblo, descendió a la calle llevando en su mano un pan que
rompía en pedazos y distribuía diciendo: ¡Pan de Dios, hazte pan para todos!
Conozco otro que grita: No quiero adorar al Dios del demonio; no quiero un verdugo por mi
Dios. ¡Y han pensado que blasfemaba!
No era así, pero la energía de su fe se desbordaba en palabras imprudentes e inexactas.
Y continuaba diciendo, en medio de la locura de su caridad ofendida: Todos los hombres son
solidarios y penan los unos por los otros en la misma forma en que reciben unos por otros.
El castigo del pecado es la muerte.
El pecado en sí mismo es también un castigo, y el más grande de ellos. Así, un gran crimen no
es sino una gran desgracia.
El peor de los hombres es aquel que se cree mejor que los demás.
Los hombres apasionados son excusables, ya que son pasivos. Pasión quiere decir sufrimiento
y redención por el dolor.
Lo que llamamos libertad no es sino una fuerza todopoderosa de atracción divina. Los mártires
decían: vale más obedecer a Dios que a los hombres.
El más imperfecto de los actos de amor vale más que la mejor palabra de piedad.
No juzguéis, hablad sólo lo necesario, amad y actuad.
Otro más ha venido y ha dicho: Protestad contra las malas doctrinas con las buenas obras, pero
no os separéis de nadie.
Reconstruid todos los altares, purificad todos los templos, Y aprestaos para la visita del
espíritu de amor.
Que cada uno ore según su rito y comulgue con los suyos, pero sin condenar a los demás.
La práctica de una religión nunca es despreciable, por el contrario, es signo de un pensamiento
grande y santo.
Orar juntos es comulgar con una misma esperanza, una misma fe y una sola caridad.
El símbolo nada es por sí mismo. Es la fe la que lo santifica.
La religión es el lazo de unión más sagrado y fuerte de toda asociación humana; hacer un acto
religioso es hacer un acto humanitario.
¿Cuándo llegarán por fin los hombres a comprender que no hace falta disputar sobre aquello
que ignoramos?
¿Cuándo sentirán que un poco de caridad vale más que una gran cantidad de dominio e
influencia?
¿Cuándo respetará todo el mundo lo que Dios mismo respeta en la más ínfima de sus criaturas:
la espontaneidad de la obediencia y la libertad del deber?
Entonces, no habrá más que una religión en el mundo, la religión cristiana y universal, la
verdadera religión católica que nunca renegará por restricciones de lugar o de personas.
Mujer, dijo el Salvador a la samaritana, en verdad te digo que llegará el día en que los
hombres no adorarán a Dios ni en Jerusalén ni sobre esta montaña, pues Dios es espíritu, y sus
verdaderos adoradores deberán servirle en espíritu y en verdad.
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