domingo, 30 de junio de 2013

A Los Pies Del Maestro 5-5 El Amor

A Los Pies Del Maestro 4-5 Las Seis Reglas De Conducta

martes, 25 de junio de 2013

El Gran Arcano

 

 
El gran arcano, es decir, el secreto indecible e inexplicable, es la ciencia absoluta del bien y del mal.
«Cuando hayáis comido del fruto de este árbol, seréis como dioses», dijo la serpiente.
«Si coméis de él, moriréis», respondió la .divina sabiduría.
Así, el bien y el mal fructifican sobre un mismo árbol, y brotan de una misma raíz.
El bien personificado, es Dios.
El mal personificado, es el diablo.
Conocer el secreto o la ciencia de Dios, es ser Dios. Conocer el secreto o la ciencia del diablo, es ser diablo. Ser a la vez Dios y diablo, es reunir en sí la más absoluta antinomia, las fuerzas
contrarias más tensas; es querer sintetizar un infinito antagonismo.
Es beber de un veneno que apagaría los soles y consumiría los mundos.
Es vestirse con la túnica devoradora de Deyanira.
Es abandonarse a la más próxima y a la más terrible de todas las muertes.
¡Desgraciado de aquel que pretende saber demasiado! ¡Ya que si la ciencia temeraria y excesiva no le mata, terminará volviéndole loco!
Comer del fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal es asociar el mal al bien y asimilarlos el uno al otro.
Es cubrir con la máscara de Tifón el rostro radiante de Osiris. Es levantar el sagrado velo de Isis, es profanar el santuario. ¡El temerario que ose mirar directamente al sol, quedará ciego, y para él el sol será entonces negro!
Gracias os sean dadas, Dios mío, puesto que Vos me habéis llamado a esta luz admirable. Vos sois la inteligencia suprema y la vida absoluta de los números y de las energías que os obedecen,
para poblar lo infinito .con una creación inagotable. ¡Las matemáticas os comprueban, las armonías os cantan, las formas cambian y os adoran!
Abrahan os ha conocido, Hermes os ha adivinado, Pitágoras ha calculado vuestros movimientos; Platón aspiraba a Vos en todos los sueños de su genio; pero un solo sabio, un único iniciador os ha hecho visible a los hijos de la tierra; sólo uno ha podido decir de Vos: Mi Padre y yo somos sólo Uno. ¡Que sea con El la gloria, puesto que toda su gloria reside en Vos!
¡Padre, sabéis que quien escribe estas líneas ha luchado y ha sufrido mucho; ha soportado la pobreza, la odiosa proscripción, la calumnia, la prisión, el abandono de aquellos a quienes amaba,
y, sin embargo, nunca se ha considerado desgraciado, puesto que le quedaba por consuelo la verdad y la justicia!
Sólo Vos sois Santo, señor Dios de los corazones sin mentira y de las almas justas, y sabéis que nunca me he creído puro delante de Vos. Como todos, he sido juguete de las pasiones humanas hasta que he llegado a vencerlas o, mejor, hasta que Vos las habéis vencido en mí, y me habéis dado como reposo la paz profunda de aquellos que sólo a Vos ambicionan y buscan.
Amo a la humanidad, ya que los seres humanos, cuando no son insensatos, nunca son criminales, sino por error o por debilidad. Ellos aman de naturaleza el bien y es por este amor que
les habéis dado un apoyo en medio de sus pruebas, de forma que, tarde o temprano, serán conducidos al culto de la justicia por el amor de la verdad.
Que mis libros lleguen ahora a donde vuestra Providencia quiera enviarlos. Si ellos contienen las palabras de vuestra Sabiduría, serán entonces más fuertes que el olvido. ¡Si, por el contrario,
sólo contienen errores, sé al menos que mi amor por la Justfcia y la verdad les sobrevivirá y que la inmortalidad no podrá dejar de recibir las aspiraciones y deseos de mi alma que Vos habéis
creado inmortal!

 

lunes, 24 de junio de 2013

El Gran Arcano de la Muerte

 
A menudo nos entristece pensar que la vida más bella está destinada a tener su fin, y que la proximidad de ese terrible desconocido llamado muerte nos eclipsa todas las alegrías de la
existencia.
¿Por qué nacer si se ha de vivir tan poco? ¿Por qué criar con tantos cuidados a los niños que luego morirán? He aquí lo que se pregunta la ignorancia humana en medio de sus dudas más tristes y frecuentes.
Y he aquí también lo que podría preguntarse el embrión humano próximo al nacimiento, que le va a precipitar en un mundo desconocido, al despojarle de su envoltura protectora. Estudiemos
el misterio del nacimiento y llegaremos a entender la clave del gran arcano de la muerte.
Depositado por las leyes de la naturaleza en el seno materno, el espíritu encarnado va despertando lentamente y elaborando con esfuerzo los órganos que más tarde le serán indispensables, pero que, a medida que van creciendo, aumentan su malestar en su situación presente. El tiempo más dichoso de la vida del embrión es aquel en el cual, bajo la simple forma de una crisálida, extiende alrededor de él la membrana que le servirá de asilo y que nada junto con él dentro de un líquido que le conserva y alimenta. Entonces es libre e impasible, vive de la vida universal y recoge la sabiduría del aprendizaje realizado por la naturaleza, que más tarde irá a determinar la forma de su cuerpo y los rasgos peculiares de su rostro. A esta edad dichosa se podría llamar la infancia del embrión.
Viene enseguida la adolescencia, la forma humana se perfecciona y el sexo se determina, y dentro del seno materno ocurre un movimiento similar a las vagas ensoñaciones que siguen a la
infancia: la placenta, que constituye el cuerpo exterior y real del feto siente que alguna fuerza desconocida germina en éste, como impulsándole a escaparse y a romperla. Es entonces cuando
el niño entra de una forma más precisa en el mundo de los sueños, su cerebro refleja como un espejo el de la madre y reproduce con tanta fuerza las imaginaciones, que llega a comunicar la forma a sus propios miembros. Por entonces, la madre es para el niño lo que es Dios para nosotros, o sea, una providencia desconocida e invisible, a la cual aspira hasta el punto de identificarse con todo lo que ella admira. El embrión tiende hacia ella, vive gracias a ella y no puede verla, ni sabría llegar a comprenderla y, si él pudiese filosofar, es factible que hasta negara la existencia personal y la inteligencia de esta madre que hasta entonces sólo constituye para su percepción una prisión fatal y un mecanismo de conservación. Poco a poco, a medida que esta servidumbre le causa molestias, él se mueve, se atormenta, sufre y piensa que su vida va a terminar. Cuando llega la hora de máxima angustia y convulsión, sus lazos se desatan y siente que va a caer en el abismo de lo desconocido. De pronto, cae, una dolorosa sensación le hace estremecerse, un extraño frío le invade, y lanza un último suspiro que se convierte en un primer grito; ¡ha muerto a la vida embrionaria y ha nacido a la vida humana!
Durante la vida embrionaria le parecía que la placenta era su cuerpo y, en efecto, representaba para él como un cuerpo especial de ese estado, pero que sería inútil para otra vida y por ello será arrojado como un desecho junto con el nacimiento.
Nuestro cuerpo de la vida humana es también como una envoltura, que se tornará inútil para una tercera vida, y es por esto que le abandonamos en el momento de nuestro segundo nacimiento.
Comparada con la vida celeste, la vida humana es un verdadero estado embrionario. Cuando las malas pasiones nos destruyen, la naturaleza produce un aborto y nacemos antes de tiempo para la eternidad, lo que nos expone a esa terrible disolución que San Juan denomina la segunda muerte.
De acuerdo a la tradición permanente de los extáticos, los abortos de la vida humana permanecen flotando en la atmósfera terrestre sin poder superarla, hasta que poco a poco, ésta les absorbe y ahoga. Ellos tienen forma humana, pero siempre imperfecta y trunca: a uno le faltará una mano, a otro un brazo, aquel sólo tendrá el torso o aún será sólo una pálida cabeza que rueda.
Aquello que les impide remontarse hasta el cielo es una herida que han recibido durante el estado humano, herida moral, que les ha causado una deformidad física y, por esta herida, pierden progresivamente toda su existencia.
Bien pronto, su alma inmortal quedará desnuda y ,para esconder su vergüenza, se fabricará a cualquier precio un nuevo velo, siendo obligada a precipitarse en las tinieblas exteriores y atravesar lentamente el mar muerto, es decir, las aguas estancadas del antiguo caos.
Estas almas heridas constituirán las larvas de un segundo estado embrionario, alimentarán su cuerpo sutil con el vapor de la sangre derramada y se ocuparán de temer la punta de las espadas.
A menudo, ellas se ponen alIado de los seres humanos viciosos, y se nutren de su vida, como el embrión se nutre del seno materno. Pueden entonces tomar las formas más horribles para
representar los desenfrenados deseos de aquellos que las alimentan y son ellas las que aparecen bajo la figura de demonios a los miserables practicantes de las indecibles obras de la magia negra.
Estas larvas temen a la luz, sobre todo a la luz de la mente. Una chispa de inteligencia basta para aterrarlas y precipitarlas en ese mar muerto que es preciso no confundir con el lago palestina
del mismo nombre. Todo lo que hemos revelado aquí pertenece a la hipotética tradición de los videntes y no podría afirmarse delante de la ciencia sino en nombre de esa filosofía excepcional
que Paracelso llamaba la filosofía de la sagacidad, Philosophia sagax.

sábado, 22 de junio de 2013

Cómo es posible conservar y renovar la juventud.

 
 
 
 
Es sabido que una vida sobria, moderadamente laboriosa y perfectamente regular prolonga de ordinario la existencia. Pero esto no significa, según nuestra forma de pensar, más que una
prolongación de la vejez, y estamos en el derecho de preguntar a la ciencia que profesamos sobre otros secretos y otros privilegios.
Poder permanecer joven durante mucho tiempo, o incluso volver a este estado; he aquí lo que aparece como una razón deseable y muy preciada a la mayoría de los hombres. ¿Es ello posible?
Esto es lo que vamos a examinar aquí.
El famoso conde de Saint-Germain está muerto, no lo dudamos; pero nunca se le vio envejecer. Siempre pareció tener 40 .
años, aunque, en la época de su mayor celebridad, él mismo confesaba tener más de 80.
Ninón de L'Enclos, al llegar a una edad avanzada era, sin embargo, una mujer con apariencia joven, hermosa y seductora. Ha muerto sin haber envejecido.
Desbarrolles, el famoso quiromántico, es desde hace ya largo tiempo un hombre de unos 35 años a los ojos de todo el mundo. Su acta de nacimiento diría otra cosa, si él se atreviese a mostrarla,
pero nadie le creería.
Cagliostro siempre fue visto de una edad similar, y se jactaba de poseer un elixir que podía volver a dar todo el vigor de la juventud durante un corto tiempo a los ancianos, pero no paraba ahí, sino que afirmaba haber logrado la regeneración física usando los medios que ya hemos detallado y analizado en nuestra Historia de la Magia.
Cagliostro y el conde de Saint-Germain atribuían la conservación de su juventud a la existencia y al uso de la medicina universal, tan inútilmente buscada por tantos alquimistas.
Un iniciado del siglo XVI, el sabio y bondadoso Guillermo Postel, no pretendía estar en posesión del gran arcano de la filosofía hermética y, sin embargo, luego de haber sido visto ya viejo y sin fuerzas, se le vio con un aspecto rozagante y sin arrugas, con barba y cabellos negros y cuerpo ágil y vigoroso. Sus enemigos decían que era una farsa y que se teñía el pelo, pero él pudo dar a los bromistas y a los falsos sabios una explicación sobre fenómenos que no se hallaban en capacidad de comprender.
El gran medio mágico para conservar la juventud del cuerpo está en impedir el envejecimiento del alma, conservando precisamente aquella frescura original de los pensamientos y sentimientos
que el mundo corrupto llamaría ilusiones y que nosotros conocemos como los reflejos primordiales de la verdad eterna.
Creer en la felicidad sobre la tierra, creer en la amistad y en el amor, creer en una Providencia maternal que cuenta todos nuestros pasos y recompensa todas nuestras lágrimas, es algo que para
el mundo degenerado se vería como una inocencia ciega; lo' que el mundo no sabe es que la inocencia de este tipo le corresponde a él, que se considera fuerte por privarse de todas las delicias del alma.
Creer en el bien es poseer el bien, dentro del orden moral. Es por ello que el Salvador del mundo prometía el Reino de los cielos a todos aquellos que se hiciesen semejantes a niños pequeños.
¿Qué es si no la infancia? Es la edad de la fe; el niño no sabe aún nada de la \ida, pero irradia una confiada inmortalidad. ¿Cómo podría dudar de la devoción, de la ternura, de la amistad, del amor o de la Providencia mientras permanece acunado en los brazos de la madre?
Haceos, pues, niños de corazón y permaneceréis jóvenes de cuerpo.
Las realidades de Dios y de la naturaleza sobrepasan infinitamente en belleza y en bondad todas las imaginaciones de los hombres. Por ello, los seres hastiados son aquellos que nunca han
sabido ser dichosos, y los desilusionados nos prueban, por fsu asco, que sólo han bebido de las fuentes emponzoñadas; incluso para poder gozar de los placeres sensuales en la vida hace falta el
sentido moral, y aquellos que calumnian la existencia, ciertamente suelen haber abusado de ella.
La alta magia, como lo hemos demostrado, c'onduce al ser humano hacia las leyes de la más pura moral. Vel sanctum invenit vel sanctum facit 1, ha dicho un adepto. Así, ella nos hace
comprender que para ser dichoso, incluso en este mundo, hace falta ser santo.
¡Ser santo! He aquí algo fácil de decir; pero, ¿cómo es posible tener fe, cuando se es incrédulo? ¿Cómo llevar de nuevo el gusto por la virtud a un corazón consumido por el vicio?
-Se trata entonces de recurrir a los cuatro verbos de la ciencia: saber, querer, osar y callar.
Es preciso imponemos sobre todo aquellos que nos disgusta o nos resulta penoso, estudiar el deber y comenzar siempre por practicarlo como si lo quisiéramos.
Por ejemplo, supongamos que se es incrédulo y que se quiere llegar a ser cristiano.
Será entonces necesario hacer los ejercicios propios del cristiano, orar con regularidad, valiéndose de fórmulas cristianas, acercarse a los sacramentos dando por supuesta la fe, y la fe vendrá. Este es el secreto de los jesuitas, contenido en los ejercicios espirituales de San Ignacio.
Mediante el uso de ejercicios análogos, un tonto puede convertirse en un hombre de espíritu, si lo quiere y persevera en ello.
Al cambiar los hábitos del alma, ciertamente se influye también un cambio en los del cuerpo: ya lo hemos dicho y hemos explicado la forma de hacerlo.
Aquello que por encima de todo contribuye a envejecernos y a volvernos pesados son los pensamientos odiosos y amargos, los juicios desfavorables que nos hacemos de los demás, las
iras de nuestro orgullo repulsivo y las pasiones mal satisfechas. Una filosofía benévola y dulce nos evitará todos estos males.
Si cerramos los ojos frente a los defectos del prójimo y sólo miramos sus buenas cualidades, encontraremos el bien y la amabilidad por doquier. El más perverso de los hombres tiene su lado bueno y se suaviza cuando se le sabe encontrar. Si nada tenéis en común con los vicios humanos dejaréis de percibirlos. La amistad y las devociones que ella inspira se encuentran hasta en las
mismas prisiones y cárceles. El criminal Lacenaire devolvía cumplidamente el dinero que le prestaban y varias veces realizó actos de generosidad y beneficencia. No dudo que en la vida
criminal de Cartouche y Mandrín hayan existido rasgos de virtud como para emocionar hasta llegar a las lágrimas. Nunca ha vivido alguien absolutamente criminal o absolutamente bueno
«nadie es bueno sino Dios», ha dicho el mejor de los maestros.

jueves, 20 de junio de 2013

Misterios de la perversidad

 
 
El equilibrio humano se basa en dos atracciones: una hacia la muerte, la otra hacia la vida. La fatalidad es el vértigo que nos lleva hacia el abismo; la libertad es el esfuerzo razonable que nos eleva por encima de las atracciones fatales de la muerte.
¿Qué es un pecado mortal? Es una apostasía de nuestra libertad; un abandono que hacemos de nosotros mismos a las leyes materiales que nos impulsan hacia lo más pesado; un acto injusto es un pacto con la justicia: por ello, toda injusticia es una abdicación de la inteligencia. Caemos entonces bajo el imperio de la fuerza, donde las reacciones van a romper siempre todo lo que se salga de su equilibrio.
El amor hacia el mal y la adhesión formal de la voluntad a la injusticia son los últimos esfuerzos de la voluntad agonizante. El hombre, a pesar de lo que pueda hacer, es más que el bruto y no sabe abandonarse como éste a la fatalidad. Es preciso que escoja y que ame. El alma desesperada que se cree enamorada de la muerte se encuentra con todo más viva que un alma sin amor. La actividad en pro del mal puede y deberá conducir al hombre hacia el bien, por contragolpe y reacción. El único mal sin remedio es la inercia.
A los abismos de la perversidad se oponen por correspondencia los de la gracia; Dios ha forjado a menudo santos de los mismos malvados, pero nunca ha hecho esto con los tibios y los cobardes.
Bajo pena de condenación, es preciso trabajar y obrar. En esto la naturaleza hace lo suyo, y cuando no avanzamos con todo nuestro coraje hacia la vida, ella se encarga de precipitarnos con todas sus fuerzas hacia la muerte. A los que se niegan a marchar, les arrastrará.
Un hombre a quien podemos llamar el gran profeta de los ebrios, Edgar A. Poe, este sublime alucinado, este genio de la extravagancia lúcida, nos ha pintado con la más espantosa realidad las pesadillas de la perversidad...
«He matado a ese viejo por ser bizco. -Lo hice, ya que no dejaba de mirar así.»
He aquí la terrible contrapartida del Credo quia absurdum, de Tertuliano.
Blasfemar contra Dios e injuriarle es a veces un último acto de fe. «Los muertos no te alaban, Señor», dijo el salmista, y podemos atrevemos a añadir: «Los muertos no te blasfeman.»
¡Oh! Hijo mío, decía un padre inclinado sobre el lecho de su hijo, caído en letargia luego de un violento acceso de delirio: Insúltame, aún más, pégame, muérdeme...! Así al menos sentiría que
vives aún... ¡pero no permanezcas para siempre en el terrible silencio de la tumba!
Ocurre siempre que un gran crimen es como una protesta contra una gran tibieza. Cien mil sacerdotes honestos hubieran conseguido, por medio de una caridad más activa, prevenir el
atentado del miserable Verger. La Iglesia debe juzgar, condenar, castigar a un eclesiástico escandaloso, pero no tiene el derecho de abandonarle a las tentaciones de la miseria y el hambre y al frenesí de la desesperación.
No hay pensamiento más terrible que. el de la nada; y si alguna vez pudiera llegar a formularse su concepto, si se hiciera posible admitirlo, el infierno mismo sería entonces una esperanza.
He aquí por qué la misma naturaleza busca e impone la expiación como un remedio; he aquí la razón de que el suplicio compensa, como muy bien lo comprendió ese gran católico llamado Joseph de Maistre. He aquí por qué la pena de muerte forma parte del derecho natural, y no desaparecerá jamás de las leyes humanas. La falta cometida por el asesino sería indeleble si Dios no dejara caer su absolución sobre su culpa, bajo la pena del cadalso; en caso contrario, el poder divino abdicaría en favor de la sociedad y, al ser usurpado por los perversos, les pertenecería sin que nada pudiera impedírselo. Entonces, el asesinato se transformaría en virtud, puesto que vendría a ejercer las represalias de la ultrajada naturaleza; la venganza particular sería la protesta contra la ausencia de expiación pública y, con los trozos de la rota espada de la justicia, la anarquía podría fabricar sus puñales.
«Si Dios llegase a suprimir el infierno, los hombres se encargarían de hacer otro para desafiarle», nos decía en alguna ocasión un honrado sacerdote. Y tenía razón: es por esto que el infierno nos tienta con su propia desaparición. ¡Emancipación! tal es el grito de todos los vicios: emancipación del asesinato por la abolición de la pena de muerte; emancipación de la prostituación y del infanticidio por la abolición del matrimonio; emancipación de la pereza y la rapiña por la abolición de la propiedad... De esta manera gira el torbellino de la perversidad, hasta que llega a obtener esta fórmula suprema y secreta: ¡Emancipación de la muerte por la abolición de la vida!
Es mediante las victorias del trabajo que podemos escapar a las fatalidades del dolor. Lo que llamamos muerte no es sino la eterna transmutación de la naturaleza; sin cesar; ella reabsorbe y obliga a retornar a su seno todo aquello que no ha nacido en el espíritu. La materia que es inerte por sí misma no puede existir sino en virtud del movimiento perpetuo, y el espíritu, que es de naturaleza volátil, no puede permanecer sino mediante la adherencia. La emancipación de las leyes fatales mediante la libre adhesión del espíritu a la verdad y al bien, es lo que el Evangelio llama el nacimiento espiritual; la reabsorción en el hogar eterno de la naturaleza es la segunda muerte.
Los seres no emancipados se ven atraídos hacia esta segunda muerte por una fatal gravitación, siendo arrastrados unos por otros, como nos lo describe Miguel Angel magistralmente en su
famosa pintura del juicio final, en donde les vemos pesados y pegajosos, como gentes manchadas, y los espíritus libres deben luchar enérgicamente contra ellos para evitar ser retenidos
a su vez en su vuelo y verse proyectados fatalmente hacia e infierno.
Esta guerra es tan antigua como el mundo; los griegos la representaban bajo los símbolos de Eros y Anteros, y los hebreos por el antagonismo de Caín y Abel.

 



martes, 18 de junio de 2013

El Poder De La Palabra

 
 
Es el verbo quien crea las formas, y éstas a su vez intervienen sobre el verbo para modificarlo y terminarlo.
Toda palabra de verdad es el comienzo de un acto de justicia.
Se nos pregunta si en ocasiones un hombre puede verse empujado hacia el mal. Sí, cuando su juicio es falso y, por consiguiente, el verbo se hace injusto.
Pero se es tan responsable de un falso juicio como de una mala acción.
Lo que falsea el juicio son las injustas vanidades del egoísmo.
El verbo injusto no puede realizarse a través de la creación, sino que lo hace mediante la destrucción. Para él no hay sino dos extremos: matar o morir.
Si él pudiera permanecer inactivo, éste sería el mayor de todos los desórdenes, una permanente blasfemia contra la verdad.
Tal es el caso de la palabra ociosa, de la cual Cristo ha dicho que se dará cuenta en el juicio universal. Pero una palabra de I broma, una nadería que nos recrea y que hace reír, no constituye una palabra ociosa.
La belleza de la palabra es un esplendor de verdad. Una palabra verdadera siempre es bella, una bella palabra siempre es I verdadera.
Es por esto que las obras de arte son siempre santas, en cuanto que son bellas.
¡Poco me importa que Anacreonte cante a Bathyllus, si en sus versos puedo escuchar las notas de esta divina armonía que es el himno eterno de la belleza! La poesía es pura como el sol: ella
extiende su velo luminoso sobre los errores de la humanidad. ¡Desgraciado de aquel que quisiera levantar el velo para encontrar fealdad!
El concilio de Trento ha promulgado que está permitido a las personas sabias y prudentes leer los libros de los antiguos, aun aquellos que se consideran obscenos, por la belleza de su forma.
Una estatua de Nerón o de Heliogábalo, que estuviera hecha como las obras maestras de  Fidias, ¿no sería acaso una obra absolutamente bella y absolutamente buena? ¿Y no merecería la
burla de todo el mundo quien propusiera destruirla por representar a un monstruo?.
Las estatuas verdaderamente escandalosas son las que están mal hechas, y la Venus de Milo sería profanada si se la colocara al lado de las vírgenes que se atreven a exponer en ciertas iglesias.
Se puede observar el mal en aquellos tratados de moral llenos de tonterías, mucho más que en los versos de Catullo o en las ingeniosas alegorías de Apuleyo.
No hay peores libros que aquellos mal pensados o mal hechos.
Todo verbo de belleza es un verbo de verdad. Es una luz formulada en palabras.
Pero aun la luz más brillante, para que pueda producirse y hacerse visible, necesita del contraste de la sombra; y la palabra creadora, para poder ser eficaz, necesita de la contradicción.
Hace falta, pues, que sufra las pruebas de la negación y el sarcasmo, e incluso aquella más cruel de la indiferencia y el olvido. «Es preciso -ha dicho el Maestro- que el grano que ha caído a la
tierra perezca, para que pueda germinar.»
El verbo que afirma y la palabra que niega deberán, pues, unirse, y de su unión nacerá la verdad práctica, la palabra cierta y progresista. Es la necesidad quien conducirá a los trabajadores
a escoger como piedra angular aquella que en un comienzo se había ignorado o desechado. Pero la contradicción nunca debería descorazonar a los hombres de iniciativa.

viernes, 14 de junio de 2013

Axiomas

 

 
Axioma I
Nada puede resistir a la voluntad del ser humano cuando éste conoce la verdad y quiere el bien.
Axioma II
Querer el mal es querer la muerte. Una voluntad perversa es así un comienzo de autodestrucción.
Axioma III
Querer el bien con violencia es querer el mal, pues la violencia genera el desorden y éste genera el mal.
Axioma IV
Se puede y se debe aceptar el mal como medio para la consecución del bien; pero jamás se debe quererlo ni obrarlo, ya que, de lo contrario, se estaría destruyendo con una mano lo que se
construye con la otra. La buena fe no justifica nunca los malos medios; ella los corrige cuando los experimenta y los condena cuando los encuentra.
Axioma V
Para tener derecho a poseer algo en forma permanente, hace falta desearlo pacientemente y durante mucho tiempo.
Axioma VI
Pasar la vida queriendo aquello que es imposible poseer para I siempre, equivale a abdicar de la vida y aceptar la eternidad de I la muerte.
Axioma VII
Mientras más obstáculos vence la voluntad, más fuerte se hace. Es por esto que en Cristo han glorificado la pobreza y el dolor.
Axioma VIII
Cuando la voluntad está condenada al absurdo, es objeto de . reprobación por la razón eterna.
Axioma IX
La voluntad del justo es la misma voluntad de Dios, y es la ley de la naturaleza.
Axioma X
Es mediante la voluntad que la inteligencia ve. Si la voluntad es sana, su visión será justa.
Dios ha dicho: ¡Hágase la luz!, y la luz se ha hecho; la voluntad dirá: ¡Que el mundo sea como yo

quiero vedo! Y la inteligencia lo verá como la voluntad lo ha deseado. Aquí reside el significado
de la palabra amén, que confirma los actos de fe.

Axioma XICuando se crean fantasmas o se echan al mundo vampiros, hará falta alimentar tales criaturas, fruto de una voluntaria pesadilla, con la sangre, la vida, la inteligencia y la razón, sin llegar nunca a saciadas.
Axioma XII
Afirmar y querer lo que debe ser, es crear; afirmar y querer lo que no debe ser, es destruir.
Axioma XIII
La luz es un fuego eléctrico que la naturaleza ha puesto al servicio de la voluntad: ella ilumina a los que saben usada, y ciega a quienes abusan de ella.
Axioma XIV
El imperio del mundo es el imperio de la luz.
Axioma XV
Las grandes inteligencias cuya voluntad está mal equilibrada, se parecen a los cometas, que son como soles que han sido abortados.
Axioma XVI
No hacer nada es tan funesto como obrar el mal, pero es aún más bajo. El más imperdonable de los pecados mortales es el de la inercia.
Axioma XVII
Sufrir es trabajar. Un gran dolor que se ha sufrido es un progreso que se ha realizado. Aquellos que mucho sufren viven más que aquellos que no sufren.
Axioma XVIII
La muerte voluntaria por abnegación no es un suicidio; es la apoteosis de la voluntad.
Axioma XIX
El temor no es sino la pereza de la voluntad; es por ello que la opinión deshonra a los cobardes.
Axioma XX
Dejad de temer al león, y el león os temerá. Decid al dolor: quiero que te conviertas en placer,y llegará a ser aún más que un placer, una felicidad.
Axioma XXI
Una cadena de hierro es más fácil de romper que una cadena de flores.
Axioma XXII
Antes de afirmar que un ser humano es dichoso o desgraciado, es preciso que sepamos hacia dónde ha encaminado la dirección de su voluntad: Tiberio moría a diario en Capri, mientras que Jesús probaba su inmortalidad y su misma divinidad sobre el calvario y sobre la cruz.

jueves, 13 de junio de 2013

Fantasmas en Francia

 
 
Mr. Home la semana pasada decidió volver a irse de París, este París donde los mismos ángeles y los demonios, si apareciesen bajo cualquier forma, no serían considerados mucho tiempo como seres maravillosos y pronto se verían obligados a retornar al cielo o al infierno, para escapar al olvido o al abandono de los seres. humanos.
Mr. Home, con aire triste y desilusionado, contaba con el permiso de una noble dama cuya calurosa acogida había sido una de sus primeras felicidades en Francia. Madame de B... ese día, como siempre, quiso ser amable con él e invitarle a cenar; el misterioso personaje había aceptado la invitación, hasta que alguien le había informado que se esperaba también a un cabalista

conocido en el mundo de las ciencias ocultas por la publicación de un libro titulado: Dogma y Ritual de la Alta Magia; Mr. Home había cambiado s.u expresión al enterarse de esto y, sin poder
ocultar su nerviosismo, balbuceó que no podría quedarse, ya que la cercanía de este profesor de magia le causaba un terror invencible. Todo lo que se le argumentó para convencerle de asistir fue inútil. No quiero juzgar a ese hombre -decía-, no digo que él sea bueno ni malo, no sé nada de él, pero su atmósfera me sienta mal. Cerca de él me sentiría sin fuerza y como sin vida. Y luego de dar estaexplicación,Mr. Home se apresuró a saludar y a partir.
Este terror de ciertos hombres de prestigio en presencia de los verdaderos iniciados en la ciencia no es un hecho nuevo en los anales del ocultismo. Ya Filostrato nos ha narrado la historia
del Estagirita que temblaba al saber que se aproximaba Apolonio de Tyana. Nuestro admirable cuentista, Alejandro Dumas, ha dramatizado esta anécdota mágica en ese bello resumen de todas

las leyendas que ha servido de prólogo a su gran epopeya novelesca del Judío errante. La escena
tiene lugar en Corinto; se trata de una boda al estilo antiguo, con bellos niños coronados de flores que portan las antorchas nupciales y cantan epitalamios graciosos, enriquecidos con imágenes
voluptuosas como los poemas de Catulo. La novia es muy bella, con sus castos símbolos como la Polymnia antigua; es amorosa y deliciosamente provocadora en medio de su pudor, como una
Venus de Corregio o una Gracia de Canova. Quien va a esposarla es Clinias, un discípulo del célebre Apolonio de Tyana. El maestro ha prometido asistir a la boda de su discípulo, pero tarda en llegar, y la bella novia respira más a gusto, pues teme a Apolonio. Sin embargo, el día no ha

termi, nado, ha llegado la hora del lecho nupcial y, de improviso, Meroe comienza a temblar y palidece, mira obstinadamente hacia la puerta, extiende su manó con espanto y dice entrecortada:
¡«Helo aquí! ¡Es él!» En efecto, es Apolonio. He aquí al mago, he aquí al maestro; ha pasado la hora de los hechizos, el prestigio cae ante la ciencia verdadera. Se busca entonces a la bella desposada, la blanca Meroe, y no se encuentre sino a una mujer vieja, la hechicera Canidia, devoradora de niños pequeños; Clinias se ha -desengañado y agradece a su maestro; está a salvo.
El vulgo se equivoca siempre acerca de la magia y confunde a los adeptos con los hechiceros.
La verdadera Magia, es decir, la ciencia tradicional de los magos, es la enemiga mortal de la hechicería; ella es quien impide o hace que terminen los falsos milagros que son hostiles a la luz y fascinan a pequeños grupos de testigos preparados de antemano o crédulos. El aparente desorden en las leyes de la naturaleza es una ficción, y no constituye maravilla alguna. La verdadera maravilla, el verdadero prodigio que siempre brilla ante los ojos de todos es la armonía constante de los efectos y las causas: éstos son los esplendores del orden eterno.
No sabríamos afirmar si Cagliostro realizó algún milagro delante de Swedenborg, pero ciertamente eludiría la presencia de Paracelso y de Henri Khunrath, si estos grandes hombres hubiesen sido sus contemporáneos.
Estamos muy lejos, sin embargo, de pensar en denunciar a Mr. Home como un hechicero de baja calaña, o como un charla-. tán. El famoso médium americano es dulce e ingenuo como un niño. Es un pobre ser totalmente sensitivo, sin intriga y sin defensa; por todo ello, es juguete de una terrible fuerza, cosa que él ignora, y el primero de los timados es, ciertamente, él mismo.
El estudio de los extraños fenómenos que ocurren alrededor de este joven hombre es de la más alta importancia. Se trata aquí de retomar en forma seria algunas cosas que fueron negadas muy a
la ligera en el siglo XVIII y abrir ante la ciencia y ante la razón horizontes menos estrechos que los de una crítica burguesa que niega todo aquello que no es capaz de comprender. Los hechos
son inexorables, y la verdadera buena fe nunca debe temer examinarlos.
La explicación de estos hechos, que todas las tradiciones se obstinan en afirmar y que se reproducen delante nuestro con molesta publicidad, esta explicación, antigua como los hechos
mismos, rigurosa como las matemáticas, aunque por vez primera sacada de las sombras donde la mantenían celosamente escondida los hierofantes de todos los tiempos, vendría a ser un gran
acontecimiento científico si llegara a obtener suficiente luz y publicidad. Es un acontecimiento que nos vemos limitados a preparar, ya que no se nos permitirá la audaz esperanza de realizarlo.
He aquí, pues, los hechos en toda su singularidad. Los hemos constatado y los reproducimos con la más rigurosa exactitud, absteniéndonos de antemano de toda explicación o comentario.
Mr. Home está sujeto a éxtasis que le ponen, según él afirma, en contacto directo con el alma de su madre y, por intermedio de ella, con todo el mundo espiritual. Así él describe, como lo hacían los sonámbulos de Cahagnet, a personas que nunca ha visto y que son reconocidas por aquellos que las evocan; llega incluso a decir su nombre y a responder de parte suya a preguntas que sólo pueden ser comprendidas por las almas evocadas y quienes las formulan.
Al encontrarse en un apartamento, se dejan oír ruidos inexplicables; golpes violentos que resuenan sobre los muebles o los muros; en ocasiones, las puertas y ventanas se abren como si estuvieran movidas por una tempestad; incluso llega a escucharse el ruido del viento y la lluvia fuera, y al salir, el cielo está sin nubes y no se siente el más ligero golpe de viento.
Los muebles se desplazan y elevan sin que nadie los toque. Los lápices escriben solos. Su escritura es la misma de Mr. Home y cometen los mismos errores que él.
Los presentes tienen la sensación de ser tocados y asidos por manos invisibles. Dichos contactos, que por lo visto escogen con preferencia a las damas, carecen de seriedad e incluso a veces de conveniencia en su localización. Pensamos que se comprenderá bien lo que queremos decir.
Manos visibles y tangibles salen, o parecen salir de las mesas, pero para ello es necesario que éstas se hallen cubiertas. El agente invisible precisa de ciertos aparatos, como vemos en las
manos más hábiles de los sucesores de Houdini.
Estas manos se muestran sobre todo en la oscuridad; son cálidas y fosforescentes o frías y oscuras. Escriben tonterías o tocan el piano, y cuando hacen esto último, es indispensable luego hacer venir al afinador, ya que su contacto resulta siempre fatal para la justeza del instrumento.
Uno de los personajes más notables de Inglaterra. Sir Edward Bulwer Lytton, entre otros, ha visto y tocado estas manos; poseemos el testimonio escrito y firmado por su propia mano. El
mismo declara haber tomado estas manos y haber tirado de ellas con toda su fuerza, con el objeto de hacer salir de algún sitio incógnito el brazo al que por naturaleza deberían estar ligadas, pero
la fuerza invisible ha sido más poderosa que la del novelista inglés y las manos se han escapado.
Un gran señor ruso que fue el protector de Mr. Home, cuya prestancia y buena fe no dan lugar a la más mínima duda, el conde A. B..., ha visto también y ha asido las manos misteriosas vigorosamente.
Según él, éstas tenían una forma perfecta de manos humanas, calientes y vivas al tacto,
sólo que era como si no tuvieran huesos,
y, al ser apresadas por el conde con mucha fuerza, ellas
no luchaban por escaparse, sino que daban la impresión de irse achicando y desaparecían de algún modo hasta que nada quedaba en su lugar. 
 

miércoles, 12 de junio de 2013

La Vida Humana Ciencia y Filosofia

 
 
La vida humana, con sus innumerables dificultades, tiene por objetivo, en el orden de la sabiduría eterna, la educación de la voluntad.
La dignidad del ser humano consiste en hacer lo que él quiere, y en querer el bien, conforme a la ciencia de la verdad. El bien conforme a la verdad es lo justo.
La justicia es la práctica de la razón.
La razón es el verbo de la realidad.
La realidad es la ciencia de la verdad.
El hombre puede llegar a la idea, absoluta del ser por dos caminos, la hipótesis y la experiencia.
La hipótesis es probable, cuando se hace necesaria para las enseñanzas de la experiencia; es improbable o absurda cuando estas enseñanzas la rechazan.
La experiencia constituye la ciencia, la hipótesis es la fe.
La verdadera ciencia admitirá necesariamente la fe; la verdadera fe contará necesariamente con la ciencia.
Pascal blasfemaba contra la ciencia al decir que, mediante la razón, el hombre no podía llegar a conocer ninguna verdad.
Pero también Pascal murió enloquecido.
Voltaire no blasfemaba menos contra la ciencia, al declarar absurda toda hipótesis de la fe, y no admitir, como guía de la razón, más que el testimonio de los sentidos.
Pero también es preciso constatar que las últimas palabras de Voltaire nos han dejado esta formulación contradictoria:
 
                                DIOS Y LIBERTAD

Dios, es decir, un supremo Maestro: con lo cual quedaría excluido todo ideal de libertad, tal como la entendía la escuela de Voltaire.
Y, por otra parte, la Libertad, es decir, una independencia absoluta de todo maestro, con lo cual se excluye toda idea de Dios.
La palabra DIOS expresa la suprema personificación de la ley y, por consiguiente, del deber;
ahora bien: si por LIBERTAD se entiende, como es nuestro pensamiento, el DERECHO DE HACER SU DEBER, entonces tomaremos como nuestra divisa y repetiremos sin contradicción y
sin error:

                                 DIOS Y LIBERTAD

Dado que no existe verdadera libertad para el ser humano sino dentro del orden que resulta de la verdad y del bien, podemos afirmar que la conquista de la libertad es el mayor trabajo del alma
humana. Al liberarse de las bajas pasiones y de su servidumbre, en cierta forma el hombre se crea a sí mismo por segunda vez. La naturaleza le ha dado la vida y el sufrimiento, pero es él quien se
hace dichoso e inmortal. Es así como puede llegar a convertirse en el representante de la
divinidad sobre la tierra y ejerce en ella su relativo dominio, que es todopoderoso a su manera.
 

martes, 11 de junio de 2013

Misterios de las alucinaciones

 
 
 
Los antiguos les daban diferentes nombres: larvas, lémures, hongos. Se les atribuía el gusto por el aroma de la sangre derramada y el temor al filo de la espada.
La teurgia les evocaba y la Kábala les conoce bajo el nombre de espíritus elementales.
No se les consideraba, por consiguiente, como espíritus, puesto que eran mortales.
Se trataba más bien de formas tluídicas coaguladas, que podían destruirse al disgregadas.
Eran, pues, como espejismos animados, formas imperfectas, emanadas de la vida humana: la tradición de la magia negra las atribuye al celibato de Adán. Paracelso afirma, por su parte, que
los vapores de la sangre de las mujeres histéricas llenan el aire de fantasmas; estas ideas son tan antiguas que ya encontramos su huella en Hesíodo, quien prohíbe expresamente poner a secar
delante del fuego la ropa interior que haya sido manchada por cualquier polución.
Las personas obsesionadas por los fantasmas están de ordinario exaltados por un celibato muy riguroso o debilitados por un exceso de disolución.
Los fantasmas tluídicos son, pues los engendros de la luz vital; son como mediadores plásticos, pero sin cuerpo y sin espíritu, nacidos por los excesos del espíritu o por los desequilibrios del cuerpo.
Estos intermediarios errantes pueden ser atraídos por algunas enfermedades que les son fatalmente simpáticas, ya que brindan a expensas suya una existencia fáctica más o menos durable. Ellos obran entonces como un instrumento suplementario a la voluntad instintiva de este tipo de enfermos, nunca para heridos, pero siempre para extraviades y crear en ellos alucinaciones precoces.
Si el embrión corporal tiene la propiedad de tomar la forma que le da la imaginación de la madre, por su parte, el embrión fluídico errante será prodigiosamente variable, y se transformará
con una facilidad sorprendente. Su tendencia a tomar forma corpórea para así atraer un alma hace que ellos condensen y asimilen de un modo natural las moléculas corporales que flotan en la atmósfera.
Así, al coagular los vapores de la sangre, estos seres pueden transportarla cún ellos, y así esta sangre viene a ser la que perciben los maníacos alucinados viéndola correr sobre las estatuas y los
cuadros. Vintras y Rosa Tamisier no son, pues, impostores ni gentes atacadas de alucinaciones; la sangre llega a plasmarse verdaderamente; los médicos la examinan y analizan: es sangre humana auténtica; pero, ¿de dónde proviene? ¿Acaso puede formarse espontáneamente en la atmósfera?
¿Podrá brotar de manera natural de un mármol, una tela pintada o de una hostia? No, sin duda. Se trata de sangre que ha circulado por venas y que ha sido derramada, evaporada, desechada, el
suero se ha convertido en vapor, los glóbulos en un polvillo insignificante, todo ello ha flotado y se ha movido en la atmósfera y luego ha sido atraída por una corriente de un electromagnetismo
especial. El suero ha vuelto a su estado líquido, ha irrigado de nuevo a los glóbulos, que han sido coloreados por la luz astral, y otra vez la sangre ha recuperado su naturaleza primordial.
La fotografía nos ayuda a comprobar en forma suficiente que las imágenes son verdaderas modificaciones de la luz. Pero existe también una especie de fotografía accidental y fortuita que
obra condicionada por los espejismos errantes en la atmósfera y deja impresiones duraderas sobre las hojas de los árboles, sobre la madera e incluso en el corazón mismo de las piedras: así se
crean esas imágenes naturales a las que Gaffarel ha consagrado varias páginas en su obra.

Curiosidades inauditas, refiriéndose a aquellas piedras que él denomina gamahés y a las que
atribuye ocultas virtudes. En esta forma, se imprímen escrituras y dibujos que llegan a causar el asombro a los observadores de los fenómenos fluídicos. Son, pues, fotografías astrales hechas por
la imaginación de los médium con o sin ayuda de larvas fluídicas.
La existencia de dichas larvas nos ha sido demostrada de forma perentoria por una curiosísima experiencia. Varias personas, queriendo probar el poder mágico del americano Home, le han
pedido evocar a parientes suyos imaginarios que han desaparecido, y que nunca han llegado a existir en realidad. Los espectros no han dejado de acudir a estas llamadas y los fenómenos que
suelen ocurrir habitualmente ante la evocación del médium se han manifestado como siempre.
Esta experiencia bastaría por sí sola para convencernosde la molesta credulidad y el error formal de que hacen gala aquellos que creen en la intervención de espíritus durante estos extraños

fenómenos. Para que los muertos puedan regresar, la primera condición es que hayan existido en vida, ya que si pasamos por alto esta condición, los demonios no serían tampoco el fácil producto
del engaño en que nos sume la propia mistificación.
Como todos los católicos, creemos en la existencia de los espíritus de las tinieblas, pero también sabemos que el poder divino les ha dado la tiniebla como eterna prisión, y que el Redentor ha visto a Satanás precipitarse del cielo y caer como el rayo. Si los demonios pueden llegar a tentarnos, es, pues, por la voluntaria complicidad de nuestras bajas pasiones, y no les está permitido afrentar el imperio de Dios ni perturbar, mediante manifestaciones necias e inútiles, el
orden eterno de la naturaleza.
Los símbolos y las firmas diabólicas que se producen por la intervención de los médiums, no constituyen, sin embargo, una evidencia de un pacto expreso o tácito entre estos enfermos y las
inteligencias del abismo. Estos signos se han usado desde siempre para expresar el vértigo astral y se atribuyen al espejismo que permanece en los reflejos de la luz extraviada. La naturaleza
también tiene una memoria propia, y nos envía los mismos símbolos a propósito de las mismas ideas, sin que haya en ello nada de sobrenatural o de infernal.
«¿Cómo queréis que admita... -nos decía el abate Charvoz, primer vicario de Vintras- que Satanás se atreva a imprimir sus horribles estigmas sobre las especies consagradas que han llegado a convertirse en el cuerpo mismo de nuestro Señor Jesucristo?»
Hemos declarado en varias ocasiones que era para nosotros imposible pronunciamos a favor

de una blasfemia tal; y, sin embargo, como lo hemos demostrado en nuestros artículos de L'
Estafette, los símbolos impresos en caracteres sangrientos sobre las hostias de Vintras,

consagradas recientemente por Charvoz, eran los mismos que son reconocidos por la magia negra como la firma de los demonios.
A menudo, las escrituras astrales son ridículas u obscenas. Los supuestos espíritus, al ser interrogados sobre los mayores misterios de la naturaleza, llegan a responder en ocasiones con
una palabra vulgar que, según se dice, llegó a convertirse en heroica en alguna expresión militar de Cambronne. Por su parte, aquellos dibujos que trazan los lápices sin ser movidos por mano
alguna, suelen reproducir figuras similares a Priapos deformes parecidas a las que ciertos
granujas descoloridos -para usar la pintoresca expresión de Augusto Barbier-, esbozan
ensuciando y desluciendo los muros de París, y todo ello nos comprueba una vez más lo que ya hemos visto, o sea, que el espíritu l!° preside en forma alguna dichas manifestaciones, y que sería sobremanera absurdo reconocer en ello la intervención de los seres espirituales que se han apartado de la materia.
El jesuita Paul Saufidius, quien ha escrito acerca de los hábitos y costumbres de los japoneses, nos cuenta una anécdota bastante reveladora: un grupo de peregrinos japoneses que se encontraba
atravesando un desierto, vio venir hacia ellos una banda de espectros, cuyo número era igual al suyo y que caminaban al mismo paso. Estos fantasmas, que eran deformes y semejantes a larvas, tomaban al aproximarse la apariencia de un cuerpo humano. Bien pronto, llegaron al lado de los peregrinos y se unieron a ellos, deslizándose en silencio entre sus filas; entonces los japoneses
pudieron verse como dobles, ya que cada fantasma se había.
Convertido en una imagen perfecta, semejante a un espejismo de cada peregrino. Espantados, los japoneses se prosternaron, y el bonzo que los conducía se puso a rezar por ellos, en medio de
grandes contorsiones y fuertes gritos. Cuando los peregrinos se levantaron, los espectros habían desaparecido y el devoto grupo pudo continuar su camino sin más tropiezos. Este fenómeno, que
no ponemos en duda, presenta el doble carácter de ser un espejismo y una proyección repentina de larvas astrales, ocasionada por lo caluroso de la atmósfera y el agotamiento en que se hallaban
los peregrinos.

El doctor Brierre de Boismont, en su curioso Tratado sobre las alucinaciones, nos dice que un
hombre perfectamente sensato y que nunca ha experimentado visiones fue atormentado una mañana por una terrible pesadilla. Veía una especie de simio monstruoso y de figura espantosa
dentro de su habitación, que le rechinaba los dientes y se movía con repelentes contorsiones.
Entonces despertó sobrésaltado y vio que ya era de día, saltó de su lecho y cuál no sería su terror al ver de ,nuevo allí presente en realidad al espantoso simio de su sueño, perfectamente
parecido al de la pesadilla, igual de absurdo y repelente, moviéndose en la misma forma de antes.
El personaje en cuestión no podía creer a sus ojos; por una media hora permaneció inmóvil, observando este singular fenómeno y preguntándose si se habría contagiado de alguna terrible fiebre o si se habría vuelto loco. Finalmente, decidió aproximarse al fantástico animal para tocarle, con lo cual la aparición se desvaneció.

Cornelius Gemma, en su Historia crítica universal, narra que, en el año 454, en la isla de
Candia, apareció a unos judíos el fantasma de Moisés al borde del mar; llevaba en la frente sus cuernos luminosos y la fulminante vara en su mano, y les invitaba a seguirle, indicando con su
dedo el horizonte, en dirección a Tierra Santa. La noticia de este prodigio se expandió y toda una multitud de israelitas se precipitó hacia la ribera. Todos vieron entonces o creyeron ver la
maravillosa aparición; eran en número de veinte mil, según el cronista, aunque sospechamos que exageraba un poco en esto. Bien pronto, su imaginación se exaltó y la sangre subió a sus cabezas;
se pensó que podría ocurrir un milagro más asombroso que el ocurrido en el paso del Mar Rojo; los judíos formaron en columna cerrada y tomaron camino hacia el mar; los últimos empujaban
con frenesí a los primeros y se creía ver al supuesto Moisés caminando sobre el agua. Pero todo fue un espantoso desastre. Casí toda la multitud se ahogó, y la alucinación no cesó hasta cobrar
las vidas de la mayoría de aquellos desgraciados videntes.
La mente humana llega a creer en sus propias imaginaciones; los fantasmas de la superstición proyectan su deformidad sobre la luz astral y se alimentan de los mismos terrores que los producen. El negro gigante que extiende sus alas de Oriente a Occidente para ocultar la luz al mundo, este monstruo que devora las almas, esta espantosa divinidad de la ignorancia y del miedo, el diablo, en una palabra, sigue siendo aún, para una inmensa multitud de niños de todas

las edades, una temible realidad. En nuestro Dogma y Ritual de la Alta Magia, lo hemos
representado como la sombra de Dios, pero al decir aquello no hemos revelado sino la mitad de nuestro pensamiento: Dios es la luz sin sombra. El diablo no es más que la sombra del fantasma
de Dios.
¡El fantasma de Dios! Este último ídolo de la tierra; este espectro antropomorfo que se vuelve maliciosamente invisible; esta personificación finita de lo infinito, aquello que siendo invisible
no podemos ver sin morir o, al menos, sin morir en cuanto a la inteligencia y a la razón, ya que ver lo invisible equivale a volverse loco; el fantasma de aquel que no tiene cuerpo; la confusa
forma de aquel que existe sin forma ni límite alguno: he aquí lo que adoran en su ignorancia la mayor parte de los creyentes.
Aquello que existe esencial, pura y espiritualmente, sin ser lo absoluto, ni lo abstracto, ni la colección de todos los seres, en una palabra, el infinito intelectual, ¡es algo tan difícil de imaginar!
Ya que toda imaginación respecto suyo es una idolatría, es preciso pues creer en El y adorarle. Delante de El, nuestro expíritu debe callar y sólo nuestro corazón tiene derecho a darle
un nombre: ¡Padre Nuestro!