Es sabido que una vida sobria, moderadamente laboriosa y perfectamente regular prolonga de ordinario la existencia. Pero esto no significa, según nuestra forma de pensar, más que una
prolongación de la vejez, y estamos en el derecho de preguntar a la ciencia que profesamos sobre otros secretos y otros privilegios.Poder permanecer joven durante mucho tiempo, o incluso volver a este estado; he aquí lo que aparece como una razón deseable y muy preciada a la mayoría de los hombres. ¿Es ello posible?
Esto es lo que vamos a examinar aquí.
El famoso conde de Saint-Germain está muerto, no lo dudamos; pero nunca se le vio envejecer. Siempre pareció tener 40 .
años, aunque, en la época de su mayor celebridad, él mismo confesaba tener más de 80.
Ninón de L'Enclos, al llegar a una edad avanzada era, sin embargo, una mujer con apariencia joven, hermosa y seductora. Ha muerto sin haber envejecido.
Desbarrolles, el famoso quiromántico, es desde hace ya largo tiempo un hombre de unos 35 años a los ojos de todo el mundo. Su acta de nacimiento diría otra cosa, si él se atreviese a mostrarla,
pero nadie le creería.
Cagliostro siempre fue visto de una edad similar, y se jactaba de poseer un elixir que podía volver a dar todo el vigor de la juventud durante un corto tiempo a los ancianos, pero no paraba ahí, sino que afirmaba haber logrado la regeneración física usando los medios que ya hemos detallado y analizado en nuestra Historia de la Magia.Cagliostro y el conde de Saint-Germain atribuían la conservación de su juventud a la existencia y al uso de la medicina universal, tan inútilmente buscada por tantos alquimistas.
Un iniciado del siglo XVI, el sabio y bondadoso Guillermo Postel, no pretendía estar en posesión del gran arcano de la filosofía hermética y, sin embargo, luego de haber sido visto ya viejo y sin fuerzas, se le vio con un aspecto rozagante y sin arrugas, con barba y cabellos negros y cuerpo ágil y vigoroso. Sus enemigos decían que era una farsa y que se teñía el pelo, pero él pudo dar a los bromistas y a los falsos sabios una explicación sobre fenómenos que no se hallaban en capacidad de comprender.
El gran medio mágico para conservar la juventud del cuerpo está en impedir el envejecimiento del alma, conservando precisamente aquella frescura original de los pensamientos y sentimientos
que el mundo corrupto llamaría ilusiones y que nosotros conocemos como los reflejos primordiales de la verdad eterna.
Creer en la felicidad sobre la tierra, creer en la amistad y en el amor, creer en una Providencia maternal que cuenta todos nuestros pasos y recompensa todas nuestras lágrimas, es algo que para
el mundo degenerado se vería como una inocencia ciega; lo' que el mundo no sabe es que la inocencia de este tipo le corresponde a él, que se considera fuerte por privarse de todas las delicias del alma.
Creer en el bien es poseer el bien, dentro del orden moral. Es por ello que el Salvador del mundo prometía el Reino de los cielos a todos aquellos que se hiciesen semejantes a niños pequeños.
¿Qué es si no la infancia? Es la edad de la fe; el niño no sabe aún nada de la \ida, pero irradia una confiada inmortalidad. ¿Cómo podría dudar de la devoción, de la ternura, de la amistad, del amor o de la Providencia mientras permanece acunado en los brazos de la madre?
Haceos, pues, niños de corazón y permaneceréis jóvenes de cuerpo.
Las realidades de Dios y de la naturaleza sobrepasan infinitamente en belleza y en bondad todas las imaginaciones de los hombres. Por ello, los seres hastiados son aquellos que nunca han
sabido ser dichosos, y los desilusionados nos prueban, por fsu asco, que sólo han bebido de las fuentes emponzoñadas; incluso para poder gozar de los placeres sensuales en la vida hace falta el
sentido moral, y aquellos que calumnian la existencia, ciertamente suelen haber abusado de ella.
La alta magia, como lo hemos demostrado, c'onduce al ser humano hacia las leyes de la más pura moral. Vel sanctum invenit vel sanctum facit 1, ha dicho un adepto. Así, ella nos hacecomprender que para ser dichoso, incluso en este mundo, hace falta ser santo.
¡Ser santo! He aquí algo fácil de decir; pero, ¿cómo es posible tener fe, cuando se es incrédulo? ¿Cómo llevar de nuevo el gusto por la virtud a un corazón consumido por el vicio?
-Se trata entonces de recurrir a los cuatro verbos de la ciencia: saber, querer, osar y callar.
Es preciso imponemos sobre todo aquellos que nos disgusta o nos resulta penoso, estudiar el deber y comenzar siempre por practicarlo como si lo quisiéramos.
Por ejemplo, supongamos que se es incrédulo y que se quiere llegar a ser cristiano.
Será entonces necesario hacer los ejercicios propios del cristiano, orar con regularidad, valiéndose de fórmulas cristianas, acercarse a los sacramentos dando por supuesta la fe, y la fe vendrá. Este es el secreto de los jesuitas, contenido en los ejercicios espirituales de San Ignacio.
Mediante el uso de ejercicios análogos, un tonto puede convertirse en un hombre de espíritu, si lo quiere y persevera en ello.
Al cambiar los hábitos del alma, ciertamente se influye también un cambio en los del cuerpo: ya lo hemos dicho y hemos explicado la forma de hacerlo.
Aquello que por encima de todo contribuye a envejecernos y a volvernos pesados son los pensamientos odiosos y amargos, los juicios desfavorables que nos hacemos de los demás, las
iras de nuestro orgullo repulsivo y las pasiones mal satisfechas. Una filosofía benévola y dulce nos evitará todos estos males.
Si cerramos los ojos frente a los defectos del prójimo y sólo miramos sus buenas cualidades, encontraremos el bien y la amabilidad por doquier. El más perverso de los hombres tiene su lado bueno y se suaviza cuando se le sabe encontrar. Si nada tenéis en común con los vicios humanos dejaréis de percibirlos. La amistad y las devociones que ella inspira se encuentran hasta en las
mismas prisiones y cárceles. El criminal Lacenaire devolvía cumplidamente el dinero que le prestaban y varias veces realizó actos de generosidad y beneficencia. No dudo que en la vida
criminal de Cartouche y Mandrín hayan existido rasgos de virtud como para emocionar hasta llegar a las lágrimas. Nunca ha vivido alguien absolutamente criminal o absolutamente bueno
«nadie es bueno sino Dios», ha dicho el mejor de los maestros.
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