martes, 4 de junio de 2013

Misterios Filosoficos



Se dice que la belleza es el esplendor de la verdad.
Así, la belJeza moral reside en la bondad. Es bello ser bueno. Para ser bueno con inteligencia
hace falta ser justo.
Para ser justo es preciso actuar con razón.
Para actuar con razón hace falta tener la ciencia de la realidad.
Para tener la ciencia de la realidad hace falta poseer la conciencia de la verdad.
Y para tener conciencia de la verdad, hará falta tener una exacta noción del ser.
El ser, la verdad, la razón y la justicia, son el objeto común de la búsqueda de la ciencia y de
las aspiraciones de la fe. La formulación, sea elJa real o hipotética, de un poder supremo,
transforma la justicia en Providencia, y la noción divina, bajo tal punto de vista, llega a ser
accesible a la misma ciencia.
La ciencia estudia el ser en sus manifestaciones parciales; la fe le supone, o mejor, le admite a
priori en su generalidad.
La ciencia busca la verdad en todas las cosas, mientras que la fe relaciona todas las cosas con
una verdad universal y absoluta.
La ciencia constata realidades en su detalle, la fe les explica mediante una realidad de conjunto
que la ciencia no puede constatar, pero que la existencia misma de los detalles parece obligarla a
reconocer y admitir.
La ciencia somete la razón de las personas y las cosas a la razón matemática universal; la fe
busca por encima de los mismos supuestos matemáticos una razón inteligente y absoluta.
La ciencia demuestra la justicia por la precisión; la fe concede una precisión absoluta a la
justicia, al subordinarla a la Providencia.
Se ve aquí todo lo que la fe toma prestado a la ciencia, y todo lo que la ciencia a su turno
concede a la fe.
Sin la fe, la ciencia permanecería limitada por una duda absoluta, y se hallaría eternamente
detenida en un empirismo azaroso de un escepticismo razonador; sin la ciencia, la fe tendría que
construir sus hipótesis del azar y no podría más que prejuzgar a ciegas las causas de los efectos
que ella ignora.
La gran cadena que enlaza a la ciencia con la fe es la analogía.
La ciencia está obligada a respetar una creencia cuyas hipótesis son análogas a las verdades
demostradas. La fe, que todo lo atribuye a Dios, estará obligada a admitir la ciencia como una
revelación natural que, por la manifestación parcial de las leyes de la razón eterna, brinda una
escala de proporciones a todas las aspiraciones y a todos los intentos del alma por penetrar el
dominio de lo desconocido.
Es, pues, la fe la única que puede dar una solución a los misterios de la ciencia y, por
contraposición, es la ciencia la única que demuestra la razón de ser de los misterios de la fe.
Por fuera de la unión y del concurso de estas dos fuerzas vivas de la inteligencia, no quedaría a
la ciencia sino el escepticismo y la desesperanza, y a la fe la temeridad y el fanatismo. Al
insultar a la ciencia, la fe blasfemaría; al desconocer a la fe, la ciencia abdicaría.
Escuchémosla, pues, hablar de común acuerdo:
El ser existe por doquier, dice la ciencia; él es múltiple y variable en sus formas, único en su
esencia e inmutable en sus leyes. Lo relativo demuestra la existencia de lo absoluto. Existe
inteligencia en el ser, y es dicha inteligencia la que anima y modifica la materia.
La inteligencia existe por doquier, dice la fe. La vida no puede ser fatal en ningún sitio, puesto
que está sometida a leyes. Estas leyes expresan la sabiduría suprema, lo absoluto en cuanto a
inteligencia, el supremo regulador de las formas, el ideal vivo de todos los espíritus, Dios.
En su identidad con la idea, el ser es la verdad, dice la Ciencia.
En su identidad con el ideal, la verdad es Dios, responde la fe.
En su identidad con mis demostraciones, el ser es la realidad, dice la ciencia.
En su identidad con mis legítimas aspiraciones, la realidad es mi dogma, dice la fe.
En su identidad con el Verbo, el ser es la razón, dice la ciencia.
En su identidad con el espíritu de caridad, la más alta razón es mi obediencia, dice la fe.
En su identidad con el motivo de los actos razonables, el ser es la justicia, dice la ciencia.
En su identidad con el principio de la caridad, la justicia es la Providencia, responde la fe.
Sublime acuerdo de todas las certezas con todas las esperanzas, de lo absoluto en inteligencia
con lo absoluto en amor. El Espíritu Santo, el espíritu de caridad, debe conciliarlo todo y
transformarlo todo en su propia luz. ¿No es él mismo el espíritu de inteligencia, de ciencia, de
consejo y de fuerza? El vendrá, dice la liturgia católica, y será como una nueva creación que
cambiará la faz de la tierra.
«Burlarse de la filosofía es ya filosofar», dijo Pascal, aludiendo a esa filosofía escéptica y
dudosa que no reconoce la fe. y si existiese una fe que despreciara a la ciencia, diríamos que
burlarse de una fe tal sería un acto de verdadera religión, ya que la religión, al ser toda caridad,
no tolera la burla; pero tendría razón si culpara a ese amor por la ignorancia y dijese a esa fe
temeraria: ¡Puesto que desconoces a tu hermana, no eres la hija de Dios!
Verdad, realidad, razón, justicia, Providencia, tales son los cinco rayos de la estrella flameante
en el centro de la cual la ciencia ha escrito la palabra Ser, a la que la fe añadirá el nombre
inefable de Dios.
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