martes, 18 de junio de 2013

El Poder De La Palabra

 
 
Es el verbo quien crea las formas, y éstas a su vez intervienen sobre el verbo para modificarlo y terminarlo.
Toda palabra de verdad es el comienzo de un acto de justicia.
Se nos pregunta si en ocasiones un hombre puede verse empujado hacia el mal. Sí, cuando su juicio es falso y, por consiguiente, el verbo se hace injusto.
Pero se es tan responsable de un falso juicio como de una mala acción.
Lo que falsea el juicio son las injustas vanidades del egoísmo.
El verbo injusto no puede realizarse a través de la creación, sino que lo hace mediante la destrucción. Para él no hay sino dos extremos: matar o morir.
Si él pudiera permanecer inactivo, éste sería el mayor de todos los desórdenes, una permanente blasfemia contra la verdad.
Tal es el caso de la palabra ociosa, de la cual Cristo ha dicho que se dará cuenta en el juicio universal. Pero una palabra de I broma, una nadería que nos recrea y que hace reír, no constituye una palabra ociosa.
La belleza de la palabra es un esplendor de verdad. Una palabra verdadera siempre es bella, una bella palabra siempre es I verdadera.
Es por esto que las obras de arte son siempre santas, en cuanto que son bellas.
¡Poco me importa que Anacreonte cante a Bathyllus, si en sus versos puedo escuchar las notas de esta divina armonía que es el himno eterno de la belleza! La poesía es pura como el sol: ella
extiende su velo luminoso sobre los errores de la humanidad. ¡Desgraciado de aquel que quisiera levantar el velo para encontrar fealdad!
El concilio de Trento ha promulgado que está permitido a las personas sabias y prudentes leer los libros de los antiguos, aun aquellos que se consideran obscenos, por la belleza de su forma.
Una estatua de Nerón o de Heliogábalo, que estuviera hecha como las obras maestras de  Fidias, ¿no sería acaso una obra absolutamente bella y absolutamente buena? ¿Y no merecería la
burla de todo el mundo quien propusiera destruirla por representar a un monstruo?.
Las estatuas verdaderamente escandalosas son las que están mal hechas, y la Venus de Milo sería profanada si se la colocara al lado de las vírgenes que se atreven a exponer en ciertas iglesias.
Se puede observar el mal en aquellos tratados de moral llenos de tonterías, mucho más que en los versos de Catullo o en las ingeniosas alegorías de Apuleyo.
No hay peores libros que aquellos mal pensados o mal hechos.
Todo verbo de belleza es un verbo de verdad. Es una luz formulada en palabras.
Pero aun la luz más brillante, para que pueda producirse y hacerse visible, necesita del contraste de la sombra; y la palabra creadora, para poder ser eficaz, necesita de la contradicción.
Hace falta, pues, que sufra las pruebas de la negación y el sarcasmo, e incluso aquella más cruel de la indiferencia y el olvido. «Es preciso -ha dicho el Maestro- que el grano que ha caído a la
tierra perezca, para que pueda germinar.»
El verbo que afirma y la palabra que niega deberán, pues, unirse, y de su unión nacerá la verdad práctica, la palabra cierta y progresista. Es la necesidad quien conducirá a los trabajadores
a escoger como piedra angular aquella que en un comienzo se había ignorado o desechado. Pero la contradicción nunca debería descorazonar a los hombres de iniciativa.

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