jueves, 6 de junio de 2013

Nuestros Cuerpos Fluidos

 
 

 
Nuestros cuerpos fluídicos se mueven y reposan mutuamente, de acuerdo a leyes parecidas a las de la electricidad. Es esto lo que produce las simpatías y antipatías instintivas. Así, ellos se
equilibran entre sí y es por ello que las alucinaciones son ,a
menudo contagiosas. Las proyecciones anormales cambian las corrientes luminosas; la perturbación propia de un enfermo va a afectar a otras naturalezas que sean bastante sensibles,
estableciendo así un círculo de ilusiones, y toda una locura es así ocasionada en forma grupal.
Esta es la historia dé las apariciones extrañas y de tantos prodigios populares; así se explican muchos «milagros» de los médium americanos, y también el vértigo de los que se dedican a hacer
dar vueltas a las mesas, que parecen reproducir en nuestros días el éxtasis de los derviches giratorios. Los brujos lapones con sus tambores mágicos y los malabaristas hechiceros de las
tribus salvajes logran resultados parecidos mediante procedimientos semejantes; sus dioses o sus demonios no existen para nada.
Los locos y los idiotas son más sensibles al magnetismo que las personas sanas de mente. No es difícil comprender la razón: hace falta poca cosa para desviar por completo la atención de un
ebrio, y se puede atacar más fácilmente una enfermedad cuando todos los órganos están dispuestos de antemano a sufrir cualquier impresión o a manifestar cualquier tipo de desorden.
Las enfermedades fluídicas tienen sus crisis fatales. Toda tensión anormal del sistema nervioso lleva a la tensión contraria, al seguir las leyes necesarias del equilibrio. Un amor exagerado se torna así en aversión, y todo odio exaltado toca muy de cerca al amor. 'La reacción se produce súbitamente, con el ímpetu y la violencia propias de la enajenación. Entonces, frente a la ignorancia que se entristece o se indigna, la ciencia se resigna y calla.
Hay dos amores: el del corazón y el de la cabeza. El primero, nunca se exalta, sino más bien se recoge y va aumentando lentamente a través de la prueba y el sacrificio; el amor de la cabeza es
nervioso por naturaleza y apasionado, sólo vive de entusiasmo, rehúsa hacer frente al deber y
convierte el objeto amado en cosa conquistada, es egoísta, exigente, inquieto y tiránico y arrastra fatalmente consigo el suicidio que conlleva la catástrofe final o el adulterio como remedio y
evasión. Dichos fenómenos son constantes como la naturaleza, inexorables como la fatalidad.
Una joven artista, llena de porvenir y coraje, tenía por marido a un hombre honesto, un buscador de la ciencia, un poeta al que sólo podría reprochar un exceso de amor hacia ella; ella le
dejó, ultrajándole y continúa odiándole. Sigue siendo, sin embargo, una mujer honesta, pero el mundo implacable la juzga y la condena. No es ahora culpable, por lo visto, sino que su falta, si
se nos permitiera reprocharle alguna, sería la de haber amado locamente y con demasiada pasión a su marido.
Pero, se dirá entonces, ¿acaso el alma humana no es libre? No, no lo es en cuanto que se haya abandonado al piélago de las pasiones. Sólo la sabiduría puede ser libre. Las pasiones desordenadas
son el dominio de la locura, y la locura es la fatalidad.
Lo que hemos afirmado del amor, también podemos aplicarlo a la religión, que es el más poderoso, pero también el más embriagador de los amores. La pasión religiosa también tiene sus
excesos y sus reacciones fatales. Se puede recibir éxtasis o estigmas, como en el caso de San Francisco de Asís, y también se puede caer en los abismos del exceso y la impiedad.
Las naturalezas apasionadas son amantes exaltados, se mueven o reposan con energía.
Hay dos formas de magnetizar: la primera consiste en obrar por medio de la voluntad sobre el
cuerpo astral de otra persona, cuya voluntad y cuyos actos quedan, por consiguiente, subordinados a dicha operación.
La segunda consiste en influenciar sobre la voluntad de una persona, bien sea por medio de la intimidación o de la persuasión, para que su voluntad, así impresionada, modifique a nuestro
agrado el cuerpo astral y los actos de dicha persona.
Se magnetiza por irradiación, por el contacto, por la mirada y por la palabra.
Las vibraciones de la voz modifican el movimiento de la luz astral y son un poderoso vehículo de magnetismo.
El soplo cálido magnetiza positivamente, el soplo frío magnetiza negativamente.
Así, al insuflar el aliento cálido y prolongado sobre la parte superior de la columna vertebral,
por debajo del cerebelo, esto puede ocasionar fenómenos de tipo erótico.
Si se pone la mano derecha sobre la cabeza y la mano izquierda sobre los pies de una persona envuelta en lana o seda, ésta sentirá que todo su ser es atravesado por una chispa magnética, y
esto puede ocasionar una reacción nerviosa en su organismo con la rapidez del rayo.
Los llamados pases magnéticos no tienen otro objeto que dirigir la voluntad del magnetizador
y confirmarla mediante acciones concretas. Son, pues, símbolos y nada más. El acto de la
voluntad es expresado, pero no conducido por tales símbolos.
El carbón en polvo absorbe y retiene la luz astral. Esta es la explicación del espejo mágico de Dupotet.
Las figuras trazadas con dicho carbón se muestran luminosas para una persona magnetizada y adquieren, si ésta las produce según la dirección indicada por la voluntad del magnetizador, las
formas más graciosas, o las más espantosas.
La luz astral, o mejor, vital, del cuerpo astral, al ser absorbida por el carbón, se vuelve de carga negativa. Es por ello que algunos animales, como los gatos, al ser atormentados por la
electricidad, van a revolcarse en el carbón. Algún día, la medicina utilizará esta propiedad y
muchas personas nerviosas encontrarán en su aplicación un gran alivio
.

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