Mesmer ha vuelto a encontrar la ciencia secreta de la naturaleza; él no la ha inventado.
La sustancia primera, única y elemental de la que proclama su existencia en sus aforismos, era
ya conocida por Hermes y Pitágoras.
Sinesius, quien la canta en sus himnos, encontró su revelación entre los platónicos recuerdos de la escuela de Alejandría:
«Una sola fuente, una sola raíz de luz irradia y se expande en tres ramas de esplendor. Un aliento circula alrededor de la tierra y vivifica, bajo innumerables formas, todas las partes de la
sustancia animada» (Himnos de Sinesius, 11).
Mesmer ha encontrado en la materia elemental una sustancia que es indiferente tanto al reposo
como al movimiento. Al someterse al movimiento, ella es volátil, y al caer en el reposo, ella es fija. Pero él no ha comprendido que el movimiento es inherente a la sustancia primera, ya que
éste resulta no de su indiferencia sino de su combinada aptitud hacia un movimiento y un reposo que se equilibran el uno por el otro. El reposo absoluto no existe en la materia viviente universal,
mas la materia fija atrae a la volátil con intención de fijarla, en tanto que la materia volátil socava a la fija para volatilizarla. Así, el pretendido reposo de sus partículas en apariencia fijas no es más
que una lucha encarnizada y una gran tensión de las fuerzas tluídicas que se inmovilizan y se neutralizan entre sí. Es por ello que, de acuerdo a Hermes, lo que está arriba es como lo que está
abajo, y la misma energía que dilata el vapor, fortalece y endurece el hielo. Todo, pues, obedece a las leyes de la vida inherentes a la sustancia primera; esta sustancia actúa y reposa, se disuelve o
coagula siguiendo una constante armonía; es doble y andrógina, por lo cual ella misma se abraza y se fecunda; ella lucha, ella triunfa, ella destruye o renueva, pero sin abandonarse nunca a la
inercia, pues significaría la muerte para ella.
Es a dicha sustancia primera a la que se refiere el hermético relato del Génesis al decir que el Verbo de los Elohim creó la luz y le ordenó ser.
Los. Elohim han dicho: Hágase la luz, y la luz fue hecha.
Esta luz, cuyo nombre hebreo es (Aour), constituye la materia áurea, el oro vivo y fluido de la
filosofía hermética. Su principio positivo es su azufre; su principio negativo es su mercurio, y ambos principios equilibrados forman lo que ellos denominan nuestra sal.
Todo ello da lugar al Sexto aforismo de Mesmer que reza: «La materia es indiferente a estar en movimiento o en reposo.»
Aquí se establece que:
La materia universal necesita del movimiento para su doble imantación, y busca fatalmente el equilibrio.
Y puede deducirse que: La regularidad y variedad en el movimiento resultan de las diversas combinaciones del equilibrio.
Un punto equilibrado en todos sus lados permanecerá inmóvil, por aquella misma fuerza que le dota de movimiento.
Lo fluido es una materia en enorme movimiento, siempre agitado por la variedad de sus equilibrios.
Lo sólido es la misma materia con poco movimiento o en aparente reposo, ya que se encuentra más o menos sólidamente equilibrada.
No existe ningún cuerpo sólido que no pueda ser pulverizado, desvanecerse en humo y llegar a ser invisible, si su equilibrio molecular cesara de golpe.
No existe tampoco ningún cuerpo fluídico que no pueda transformarse en materia tan dura como el diamante, si sus moléculas constitutivas entran de lleno en equilibrio.
Gobernar las fuerzas magnéticas equivale así a crear o destruir los cuerpos, darles forma aparente o reducirlos a la nada, ejerciendo así la fuerza todopoderosa de la naturaleza.
Nuestro cuerpo astral es como un imán que mueve o pone en reposo la luz astral, bajo la
influencia de la voluntad. Es, pues, un cuerpo luminoso que reproduce con la mayor facilidad las formas correspondientes a las ideas.
Es el espejo de la imaginación. Dicho cuerpo se nutre de luz astral, en forma análoga a como el cuerpo orgánico se nutre de los productos de la tierra. Durante el sueño, él absorbe la luz por
inmersión y, durante la vigilia, por una especie de respiración o pulsación más o menos lenta. Al producirse los fenómenos del sonambulismo natural, el cuerpo astral se ve sobrecargado por un
alimento que digiere con dificultad; entonces la voluntad, a pesar de estar disminuida por la torpeza del sueño, hace que el cuerpo astral repose en forma instintiva sobre los órganos para
liberarle, produciendo, de esta manera,' una reacción, de cierta forma, mecánica, que equilibra la energía del cuerpo astral por los movimientos de los miembros. Es' por esto que resulta tan
peligroso despertar al sonámbulo súbitamente, ya que el cuerpo astral al verse obstaculizado puede retirarse de improviso hacia su sitio habitual y abandonar enteramente los órganos, que encuentran la muerte al verse separados de su fuente de vitalidad o anima.
El estado de sonambulismo, sea natural o ficticio, resulta así muy peligroso, ya que reúne los
fenómenos propios de la vigilia con los del sueño, constituyendo una especie de extraño puente
entre dos mundos. El alma tenderá a remover los mecanismos de la vida individual, ya que, al sentirse inmersa en la corriente de la vida universal, experimentará un inexpresable bienestar y
dejará gustosa los ligamentos nerviosos que la mantienen suspendida por debajo de esta corriente.
Si la voluntad se sumerge en ella con un apasionado esfuerzo o si se deja llevar por entero, el individuo puede volverse idiota, paralizarse sus miembros o, incluso, llegar a morir.
Las visiones y alucinaciones proceden de lesiones hechas al cuerpo astral o de su parálisis local, en tanto que éste deja de irradiar y sustituye con imágenes condensadas de cierta forma las
realidades captadas por la luz. Mientras que el cuerpo astral irradie con toda su fuerza, si ésta llega a ser demasiada, puede necesitar condensarse alrededor de un sitio fortuito o enfermo, como
lo hace la sangre sobre las excrecencias de la carne, y en este caso, las quimeras de nuestro cerebro toman cuerpo e incluso parecen tomar vida animada, y aparecemos ante nosotros
mismos radiantes o deformes, según estemos proyectando el ideal de nuestro deseo o el de nuestro temor.
Las alucinaciones se asemejan a las ensoñaciones de personas desveladas y siempre suponen
un estado análogo al del sonambulismo. Pero, por el contrario, en el sonambulismo es el sueño quien toma prestados a la vigilia sus fenómenos; la alucinación es una vigilia sometida en parte a
la influencia astral del sueño.
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