El sueño es una muerte incompleta: la muerte es el perfecto sueño.
La naturaleza nos somete al sueño para habituamos a la idea de la muerte y, mediante los
sueños, nos advierte sobre la existencia de otra vida.
La luz astral en la cual nos sumergimos en el sueño es como un océano donde flotan
innumerables imágenes, restos de vidas pasadas, reflejos y espejismos de las que transcurren,
presentimientos de aquellas que aún no han comenzado.
Nuestra disposición nerviosa atrae hacia nosotros entre todas estas imágenes, aquellas que más
se adaptan a nuestra agitación y a nuestro particular modo de actuar, en la misma forma en que un
imán, al ser colocado entre residuos metálicos de diversa índole, atraerá y escogerá, sobre todo, las limaduras de hierro.
Los sueños nos revelan la salud o la enfermedad, la calma o la agitación de nuestro cuerpo astral y, por consiguiente, de todo nuestro sistema nervioso.
Ellos formulan nuestros presentimientos mediante la analogía de las imágenes. Pues todas las ideas tienen un doble sentido para nosotros, en relación a nuestra doble vida. .
Existe un lenguaje del sueño, que nos es imposible transcribir en estado de vigilia, e incluso recordar las palabras.
El lenguaje del sueño es similar al de la naturaleza, jeroglífico en sus símbolos y enormemente
rítmico en sus sonidos.
El sueño puede ser lúcido o vertiginoso.
La locura es un estado permanente de sonambulismo vertiginoso.
Así, una violenta conmoción puede despertar a un loco, pero también puede matarle.
Las alucinaciones, en cuanto ellas arrastran momentáneamente a la inteligencia, son accesos pasajeros de locura.
Toda fatiga de la mente induce al sueño; pero si esta fatiga va acompañada de excitación nerviosa, el sueño puede ser incompleto o tomar las características del sonambulismo.Muchas veces nos adormecemos sin damos cuenta en medio de la vida real y entonces, en
lugar de pensar, soñamos.
¿Por qué si no tenemos reminiscencias de cosas que nunca hemos realizado? Es que las hemos soñado estando despiertos.
Este fenómeno del sueño involuntario e inconsciente, que se instala de golpe dentro de la vida real, se produce con frecuencia en aquellos que sobreexcitan su organismo nervioso por excesos, bien sea de trabajo, de falta de sueño, de bebida o de cualquier exaltación.
Así, algunos enfermos de monomanía están dormidos mientras que realizan sus actos sin
razón, y luego al despertar no tienen conciencia de nada.
Al ser arrestado por los gendarmes, Papavoine les dijo tranquilamente estas palabrasmemorables: Habéis tomado al otro en mi lugar. Era así el sonámbulo quien hablaba.
Edgar Allan Poe, ese desdichado hombre de genio que tenía el hábito de la embriaguez, ha descrito en forma terrible el sonambulismo propio de la monomanía. Tan pronto nos muestra un
asesino que escucha y cree que todo el mundo puede oír a través de las paredes de la tumba latir el corazón de su víctima, como un envenenador que, a fuerza de decirse: No temo, estoy seguro,
ya que nunca me denunciaré a mí mismo, termina por soñar en voz alta que se denuncia y, en efecto, así sucede. El mismo Poe no ha inventado los hechos ni los personajes de sus extrañas novelas: él los ha soñado estando despierto y es por esto que logra darles el color de la más espantosa realidad. El doctor Briere de Boismont, en su importante obra sobre las Alucinaciones, relata la historia de un inglés, muy razonable desde pequeño, que cree haber encontrado un hombre con el cual
entabla conocimiento, que le lleva a comer a su taberna y luego, al invitarle a visitar en su compañía la iglesia de san Pablo, intenta pretipitarle desde lo alto de la torre, donde han subido juntos. . Desde ese momento, el inglés vivía obsesionado por ese desconocido, a quien sólo él podía
ver y siempre encontraba cuando estaba solo y acababa de cenar.
Los abismos atraen; la embriaguez llama a la embriaguez; la locura posee atractivos invencibles para la locura. Cuando un ser humano sucumbe al sueño, experimenta horror por todo aquello que podría despertarle. Lo mismo ocurre con los alucinados, los sonámbulos estáticos, los maníacos y epilépticos, y todos aquellos que se abandonan al delirio de una pasión. Ellos han escuchado la música fatal, han penetrado en la danza macabra y se ven arrastrados por el
torbellino del vértigo. Les hablamos y nada entienden, les advertimos y nada comprenden, pero nuestra voz les importuna; ellos han soñado el sueño de la muerte.
La muerte es como una corriente que arrastra, un remolino que absorbe, pero desde su fondo,
el menor movimiento puede hacemos remontar. La fuerza de repulsión es igual a la de atracción, y es frecuente que en el momento mismo de expirar se adhiera el moribundo a la vida con
desesperación. También a menudo, y quizá en razón de la misma ley de equilibrio, se pasa del sueño a la muerte: en este caso, por complacencia extrema con el sueño.
Una pequeña nave se balancea cerca de las riberas del lago. U n niño entra en ella. El agua danza con el brillo de mil reflejos en su entorno y le llama; la cadena que aguanta el barco se
tensa y parece romperse; un pájaro maravilloso alza su vuelo desde la ribera y planea cantando
sobre las enjoyadas olas; el niño quiere seguirle, lleva su mano a la cadena y desata el eslabón...
La antigüedad adivinó ya el misterio de la atracción de la muerte y lo representó en la fábula de Hylás. Fatigado luego de una larga navegación, Hylás atraca en una isla llena de flores y al
acercarse a una fuente para beber un poco de agua, un espejismo gracioso se le presenta: ve una ninfa que le tiende los brazos, los suyos se enervan y no son capaces de levantar el cántaro que se
ha vuelto muy pesado. La frescura de la fuente le adormece, los perfumes de la ribera le embriagan y se siente suspendido sobre el agua como un loto, como un niño que jugara destrozando un madero; el cántaro lleno de agua se precipita hacia el fondo e Hylás le sigue, para morir soñando en las ninfas que le acarician, sin escuchar la voz de Hércules que le recuerda los
trabajos de la vida y que recorre la ribera gritando mil veces: ¡Hylás! ¡Hilás!
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