lunes, 3 de junio de 2013

La Viña de la Fraternidad

 
 
Un marido que abandona a su esposa la prostituye, y merece recibir el infame nombre que se da a los amantes de las muchachas del arroyo.
El matrimonio es, pues, sagrado e indisoluble, puesto que existe en realidad.
Pero no podrá existir así, sino para seres con una alta inteligencia y nobleza de corazón.
Los animales no se casan, y los hombres que viven como animales están sujetos a las fatalidades de su naturaleza.
Ellos emprenden sin cesar ensayos desafortunados para actuar en forma razonable. Sus promesas son nada más que ensayos, amagos de promesa; sus matrimonios, ensayos y amagos de
unión matrimonial; sus amores, ensayos y amagos del amor. Ellos desean siempre, pero nunca quieren; cada día emprenden algo, pero nunca lo terminan. Para tales gentes, las leyes no son aplicables sino desde el lado represivo.
Seres como ellos podrán llegar a tener una prole, pero nunca tendrán una familia; el matrimonio y la familia son derechos del hombre perfecto, del ser humano emancipado, inteligente y libre.
Interrogad también a los anales de los tribunales y leed las historias de los parricidas. Levantad el negro velo que cubre sus cabezas cortadas y preguntadles lo que han pensado sobre el matrimonio y la familia; qué crianza han tenido y qué caricias les han ennoblecido...
Luego estremeceos, todos vosotros que negáis a vuestros hijos el pan de la inteligencia y el amor, vosotros que no confirmáis la autoridad paterna con la virtud del buen ejemplo...
¡Esos miserables han sido huérfanos por el espíritu y el corazón, y no han hecho más que vengarse de su nacimiento...!
Vivimos un siglo donde la familia es más ignorada que nunca en cuanto a lo que posee de augusta y sagrada: el interés material mata la inteligencia y el amor; las lecciones de la experiencia no se tienen en cuenta y se negocia con las cosas de Dios. La carne insulta al espíritu, el fraude ríe en las narices de la honradez. Hace falta un mayor ideal y una justicia suficiente; la vida humana ha llegado a ser huérfana de los dos lados.
¡Coraje y paciencia! Esta centuria irá a parar adonde van los grandes culpables! j Ved cómo se encuentra de triste! El tedio es el velo gris que cubre su cabeza... la carreta rueda hacia el patíbulo
y la muchedumbre le sigue temblorosa...
Bien pronto un siglo más será juzgado por la historia y se escribirá sobre una gran tumba llena de ruinas: ¡Aquí ha llegado a su fin el siglo parricida! ¡el siglo verdugo de su Dios y de su Cristo!
En la guerra se tiene el derecho de matar para evitar la propia muerte: pero en la batalla de la vida, el más sublime de los derechos es el de morir para evitar tener que matar.
La inteligencia y el amor deberán resistir a la opresión hasta la muerte, nunca hasta el asesinato.
¡Hombre de buen corazón: la vida de aquel que te ha ofendido está en tus manos, así aquél se convierte en maestro de la vida de quienes no disponen de la suya propia... No le incorpores a tu
gloria: concédele la gracia!
Pero, ¿estará prohibido matar el tigre que nos amenaza? Si se trata de un tigre con rostro humano, más bello sería dejarse devorar, aunque de cualquier forma, aquí la moral nada nos prescribe.
Pero, ¿si el tigre amenazara a nuestros hijos?..
Entonces, que la naturaleza misma dé la respuesta.
Hermodio y Aristogitón tuvieron fiestas y estatuas consagradas a ellos en la Grecia antigua. La Biblia ha consagrado igualmente los nombres de Judith y Ehod, y una de las figuras más sublimes del libro santo es la de Sansón, ciego y encadenado, que sacude las columnas del templo gritando: «¡Que yo muera junto con los filisteos!
¿Creéis acaso que si Jesús antes de morir hubiese ido a Roma para asesinar a Tiberio, hubiera
salvado el mundo como lo hizo, perdonando a sus verdugos y muriendo por todos, incluso por Tiberio?
Bruto, al matar a César, ¿llegó acaso a salvar la libertad romana? Y Cherea, al eliminar a Calígula no hizo más que abrir campo a Claudio y a Nerón. Protestar contra la violencia por la violencia, es justificarla y obligarla a reproducirse.
Pero triunfar del mal por el bien, del egoísmo por la abnegación, de la ferocidad por el perdón: este es el secreto del cristianismo y el de la victoria eterna.
He visto el lugar donde aún sangraba la tierra por la muerte de Abel, y sobre este sitio corría un arroyo de lágrimas.
Y miríadas de hombres avanzaban, conducidos por los siglos, y dejaban caer sus lágrimas en
aquel arroyo.
Y la eternidad, que yacía taciturna, contemplaba las lágrimas que caían, las contaba una a una, y nunca eran suficientes para lavar una sola mancha de la sangre.
Pero, entre dos multitudes y dos edades, vino el Cristo, con pálida y radiante figura.
Y plantó la viña de la fraternidad en la tierra de la sangre Y las lágrimas, y éstas, absortas por las raíces del divino árbol, llegaron a ser la deliciosa savia de los racimos que embriagarán de amor a los hijos del porvenir.
 

 
 
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.