Los antiguos les daban diferentes nombres: larvas, lémures, hongos. Se les atribuía el gusto por el aroma de la sangre derramada y el temor al filo de la espada.
La teurgia les evocaba y la Kábala les conoce bajo el nombre de espíritus elementales.No se les consideraba, por consiguiente, como espíritus, puesto que eran mortales.
Se trataba más bien de formas tluídicas coaguladas, que podían destruirse al disgregadas.
Eran, pues, como espejismos animados, formas imperfectas, emanadas de la vida humana: la tradición de la magia negra las atribuye al celibato de Adán. Paracelso afirma, por su parte, que
los vapores de la sangre de las mujeres histéricas llenan el aire de fantasmas; estas ideas son tan antiguas que ya encontramos su huella en Hesíodo, quien prohíbe expresamente poner a secar
delante del fuego la ropa interior que haya sido manchada por cualquier polución.
Las personas obsesionadas por los fantasmas están de ordinario exaltados por un celibato muy riguroso o debilitados por un exceso de disolución.
Los fantasmas tluídicos son, pues los engendros de la luz vital; son como mediadores plásticos, pero sin cuerpo y sin espíritu, nacidos por los excesos del espíritu o por los desequilibrios del cuerpo.
Estos intermediarios errantes pueden ser atraídos por algunas enfermedades que les son fatalmente simpáticas, ya que brindan a expensas suya una existencia fáctica más o menos durable. Ellos obran entonces como un instrumento suplementario a la voluntad instintiva de este tipo de enfermos, nunca para heridos, pero siempre para extraviades y crear en ellos alucinaciones precoces.
Si el embrión corporal tiene la propiedad de tomar la forma que le da la imaginación de la madre, por su parte, el embrión fluídico errante será prodigiosamente variable, y se transformará
con una facilidad sorprendente. Su tendencia a tomar forma corpórea para así atraer un alma hace que ellos condensen y asimilen de un modo natural las moléculas corporales que flotan en la atmósfera.
Así, al coagular los vapores de la sangre, estos seres pueden transportarla cún ellos, y así esta sangre viene a ser la que perciben los maníacos alucinados viéndola correr sobre las estatuas y los
cuadros. Vintras y Rosa Tamisier no son, pues, impostores ni gentes atacadas de alucinaciones; la sangre llega a plasmarse verdaderamente; los médicos la examinan y analizan: es sangre humana auténtica; pero, ¿de dónde proviene? ¿Acaso puede formarse espontáneamente en la atmósfera?
¿Podrá brotar de manera natural de un mármol, una tela pintada o de una hostia? No, sin duda. Se trata de sangre que ha circulado por venas y que ha sido derramada, evaporada, desechada, el
suero se ha convertido en vapor, los glóbulos en un polvillo insignificante, todo ello ha flotado y se ha movido en la atmósfera y luego ha sido atraída por una corriente de un electromagnetismo
especial. El suero ha vuelto a su estado líquido, ha irrigado de nuevo a los glóbulos, que han sido coloreados por la luz astral, y otra vez la sangre ha recuperado su naturaleza primordial.
La fotografía nos ayuda a comprobar en forma suficiente que las imágenes son verdaderas modificaciones de la luz. Pero existe también una especie de fotografía accidental y fortuita que
obra condicionada por los espejismos errantes en la atmósfera y deja impresiones duraderas sobre las hojas de los árboles, sobre la madera e incluso en el corazón mismo de las piedras: así se
crean esas imágenes naturales a las que Gaffarel ha consagrado varias páginas en su obra.
Curiosidades inauditas, refiriéndose a aquellas piedras que él denomina gamahés y a las que
atribuye ocultas virtudes. En esta forma, se imprímen escrituras y dibujos que llegan a causar el asombro a los observadores de los fenómenos fluídicos. Son, pues, fotografías astrales hechas por
la imaginación de los médium con o sin ayuda de larvas fluídicas.
La existencia de dichas larvas nos ha sido demostrada de forma perentoria por una curiosísima experiencia. Varias personas, queriendo probar el poder mágico del americano Home, le hanpedido evocar a parientes suyos imaginarios que han desaparecido, y que nunca han llegado a existir en realidad. Los espectros no han dejado de acudir a estas llamadas y los fenómenos que
suelen ocurrir habitualmente ante la evocación del médium se han manifestado como siempre.
Esta experiencia bastaría por sí sola para convencernosde la molesta credulidad y el error formal de que hacen gala aquellos que creen en la intervención de espíritus durante estos extraños
fenómenos. Para que los muertos puedan regresar, la primera condición es que hayan existido en vida, ya que si pasamos por alto esta condición, los demonios no serían tampoco el fácil producto
del engaño en que nos sume la propia mistificación.Como todos los católicos, creemos en la existencia de los espíritus de las tinieblas, pero también sabemos que el poder divino les ha dado la tiniebla como eterna prisión, y que el Redentor ha visto a Satanás precipitarse del cielo y caer como el rayo. Si los demonios pueden llegar a tentarnos, es, pues, por la voluntaria complicidad de nuestras bajas pasiones, y no les está permitido afrentar el imperio de Dios ni perturbar, mediante manifestaciones necias e inútiles, el
orden eterno de la naturaleza.
Los símbolos y las firmas diabólicas que se producen por la intervención de los médiums, no constituyen, sin embargo, una evidencia de un pacto expreso o tácito entre estos enfermos y las
inteligencias del abismo. Estos signos se han usado desde siempre para expresar el vértigo astral y se atribuyen al espejismo que permanece en los reflejos de la luz extraviada. La naturaleza
también tiene una memoria propia, y nos envía los mismos símbolos a propósito de las mismas ideas, sin que haya en ello nada de sobrenatural o de infernal.
«¿Cómo queréis que admita... -nos decía el abate Charvoz, primer vicario de Vintras- que Satanás se atreva a imprimir sus horribles estigmas sobre las especies consagradas que han llegado a convertirse en el cuerpo mismo de nuestro Señor Jesucristo?»
Hemos declarado en varias ocasiones que era para nosotros imposible pronunciamos a favor
de una blasfemia tal; y, sin embargo, como lo hemos demostrado en nuestros artículos de L'
Estafette, los símbolos impresos en caracteres sangrientos sobre las hostias de Vintras,consagradas recientemente por Charvoz, eran los mismos que son reconocidos por la magia negra como la firma de los demonios.
A menudo, las escrituras astrales son ridículas u obscenas. Los supuestos espíritus, al ser interrogados sobre los mayores misterios de la naturaleza, llegan a responder en ocasiones con
una palabra vulgar que, según se dice, llegó a convertirse en heroica en alguna expresión militar de Cambronne. Por su parte, aquellos dibujos que trazan los lápices sin ser movidos por mano
alguna, suelen reproducir figuras similares a Priapos deformes parecidas a las que ciertos
granujas descoloridos -para usar la pintoresca expresión de Augusto Barbier-, esbozan
ensuciando y desluciendo los muros de París, y todo ello nos comprueba una vez más lo que ya hemos visto, o sea, que el espíritu l!° preside en forma alguna dichas manifestaciones, y que sería sobremanera absurdo reconocer en ello la intervención de los seres espirituales que se han apartado de la materia.El jesuita Paul Saufidius, quien ha escrito acerca de los hábitos y costumbres de los japoneses, nos cuenta una anécdota bastante reveladora: un grupo de peregrinos japoneses que se encontraba
atravesando un desierto, vio venir hacia ellos una banda de espectros, cuyo número era igual al suyo y que caminaban al mismo paso. Estos fantasmas, que eran deformes y semejantes a larvas, tomaban al aproximarse la apariencia de un cuerpo humano. Bien pronto, llegaron al lado de los peregrinos y se unieron a ellos, deslizándose en silencio entre sus filas; entonces los japoneses
pudieron verse como dobles, ya que cada fantasma se había.
Convertido en una imagen perfecta, semejante a un espejismo de cada peregrino. Espantados, los japoneses se prosternaron, y el bonzo que los conducía se puso a rezar por ellos, en medio de
grandes contorsiones y fuertes gritos. Cuando los peregrinos se levantaron, los espectros habían desaparecido y el devoto grupo pudo continuar su camino sin más tropiezos. Este fenómeno, que
no ponemos en duda, presenta el doble carácter de ser un espejismo y una proyección repentina de larvas astrales, ocasionada por lo caluroso de la atmósfera y el agotamiento en que se hallaban
los peregrinos.
El doctor Brierre de Boismont, en su curioso Tratado sobre las alucinaciones, nos dice que un
hombre perfectamente sensato y que nunca ha experimentado visiones fue atormentado una mañana por una terrible pesadilla. Veía una especie de simio monstruoso y de figura espantosadentro de su habitación, que le rechinaba los dientes y se movía con repelentes contorsiones.
Entonces despertó sobrésaltado y vio que ya era de día, saltó de su lecho y cuál no sería su terror al ver de ,nuevo allí presente en realidad al espantoso simio de su sueño, perfectamente
parecido al de la pesadilla, igual de absurdo y repelente, moviéndose en la misma forma de antes.
El personaje en cuestión no podía creer a sus ojos; por una media hora permaneció inmóvil, observando este singular fenómeno y preguntándose si se habría contagiado de alguna terrible fiebre o si se habría vuelto loco. Finalmente, decidió aproximarse al fantástico animal para tocarle, con lo cual la aparición se desvaneció.
Cornelius Gemma, en su Historia crítica universal, narra que, en el año 454, en la isla de
Candia, apareció a unos judíos el fantasma de Moisés al borde del mar; llevaba en la frente sus cuernos luminosos y la fulminante vara en su mano, y les invitaba a seguirle, indicando con sudedo el horizonte, en dirección a Tierra Santa. La noticia de este prodigio se expandió y toda una multitud de israelitas se precipitó hacia la ribera. Todos vieron entonces o creyeron ver la
maravillosa aparición; eran en número de veinte mil, según el cronista, aunque sospechamos que exageraba un poco en esto. Bien pronto, su imaginación se exaltó y la sangre subió a sus cabezas;
se pensó que podría ocurrir un milagro más asombroso que el ocurrido en el paso del Mar Rojo; los judíos formaron en columna cerrada y tomaron camino hacia el mar; los últimos empujaban
con frenesí a los primeros y se creía ver al supuesto Moisés caminando sobre el agua. Pero todo fue un espantoso desastre. Casí toda la multitud se ahogó, y la alucinación no cesó hasta cobrar
las vidas de la mayoría de aquellos desgraciados videntes.
La mente humana llega a creer en sus propias imaginaciones; los fantasmas de la superstición proyectan su deformidad sobre la luz astral y se alimentan de los mismos terrores que los producen. El negro gigante que extiende sus alas de Oriente a Occidente para ocultar la luz al mundo, este monstruo que devora las almas, esta espantosa divinidad de la ignorancia y del miedo, el diablo, en una palabra, sigue siendo aún, para una inmensa multitud de niños de todas
las edades, una temible realidad. En nuestro Dogma y Ritual de la Alta Magia, lo hemos
representado como la sombra de Dios, pero al decir aquello no hemos revelado sino la mitad de nuestro pensamiento: Dios es la luz sin sombra. El diablo no es más que la sombra del fantasmade Dios.
¡El fantasma de Dios! Este último ídolo de la tierra; este espectro antropomorfo que se vuelve maliciosamente invisible; esta personificación finita de lo infinito, aquello que siendo invisible
no podemos ver sin morir o, al menos, sin morir en cuanto a la inteligencia y a la razón, ya que ver lo invisible equivale a volverse loco; el fantasma de aquel que no tiene cuerpo; la confusa
forma de aquel que existe sin forma ni límite alguno: he aquí lo que adoran en su ignorancia la mayor parte de los creyentes.
Aquello que existe esencial, pura y espiritualmente, sin ser lo absoluto, ni lo abstracto, ni la colección de todos los seres, en una palabra, el infinito intelectual, ¡es algo tan difícil de imaginar!
Ya que toda imaginación respecto suyo es una idolatría, es preciso pues creer en El y adorarle. Delante de El, nuestro expíritu debe callar y sólo nuestro corazón tiene derecho a darle
un nombre: ¡Padre Nuestro!
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